EL BARRIO DE SAN PABLO

Hoy escribimos sobre un tema un poco atípico a la vez que quizás pequemos de abusar de la historia zaragozana pero, creemos que por los detalles y pequeñas historias que atesora, el tema se merecía un pequeño artículo. Hoy hablamos del zaragozano barrio de San Pablo o “el Gancho”. El motivo por el que hemos escogido este día para escribir sobre dicho barrio es que el 5 de abril de 1218 Jaime I confirmó los privilegios a los pobladores de este nuevo ensanche de la ciudad.

Este es uno de los barrios con más historia ya no sólo en la capital del Ebro, sino en todo Aragón, y desde luego tiene una larga trayectoria. Los primeros testimonios la mencionan ya al poco de la conquista cristiana de la ciudad en el año 1118 por parte de las tropas de Alfonso I el Batallador. En esa primera mención se habla de una pequeña parroquia, la cual estaba dedicada a San Blas, pero que con el tiempo cambiaría su advocación pasando a la de San Pablo, quien no tardó en dar nombre a esta parte de la ciudad.

El del Gancho fue el primer ensanche medieval de época cristiana que tuvo la ciudad. Se encontraba a extramuros de lo que había sido tanto la ciudad romana como la Saraqusta islámica, allí donde se encontraba la Puerta de Toledo junto al actual Mercado Central. Tras las primeras décadas después de la conquista cristiana y el éxodo de población musulmana, Zaragoza volvió a convertirse en un foco de atracción de población gracias a su papel de capital política del reino aragonés. Una mayor población equivalía a necesidad de espacio extra, por lo que pronto se comenzó a construir un nuevo barrio alrededor de la mencionada parroquia.

Lo cierto es que cuando se suele hablar de época medieval la gente suele pensar en caos, sobre todo en el tema urbanístico. Pues nada más lejos de la realidad, al menos en este caso, pues hoy en día se siguen conservando prácticamente intactos los trazados de las calles del barrio, como las Armas, Predicadores, San Blas o San Pablo, que si se observa un plano tienen un esquema hipodámico (calles dispuestas en cuadrícula) que bien podría causar la envidia de muchas ciudades de la antigüedad y sus cánones clásicos.

El primer momento en el que el nuevo barrio tuvo realmente importancia fue aquel en el que comenzó a ser habitado por los comerciantes de la ciudad. Y es que justo al lado se instaló el gran mercado medieval de la ciudad, casi lo que se podría llamar el Puerto Venecia de la época. Antes hemos hablado del magnífico Mercado Central, obra del arquitecto Félix Navarro, pero su situación en su emplazamiento no es casualidad, pues está asentado en todo lo que fue la plaza del mercado durante todo el Medievo, aquél lugar en el que todos los zaragozanos hacían sus compras, pero donde también se realizaban las proclamas populares, se leían los bandos del concejo y donde se ejecutaba a los reos. Una vez instalado allí el mercado, los comerciantes comenzaron a instalar en San Pablo tanto sus casas como los almacenes de sus negocios, pues la cercanía facilitaba su vida y trabajo. Incluso algunas de las calles actuales tienen sus nombres por los antiguos gremios que en ellas estuvieron. Imaginen qué se vendía en la calle Las Armas o en la calle Cereros (no, no eran cerezas sino velas de cera).

Sus inicios fueron pues los de un barrio de comerciantes. Pero pronto fue creciendo hacia el oeste en dirección al palacio de la Aljafería con cuyos jardines terminó lindando. El límite por ese lado lo puso el gran convento de la orden de los predicadores, que durante siglos fue el segundo edificio más grande de la ciudad sólo superado por la Seo (el Pilar era por entonces una “modesta” parroquia llamada “Santa María la mayor»). De dicho convento poco queda, pues acabó abandonado tras la desamortización de Mendizábal en 1836 y apenas se conservan algunos elementos del refectorio, que hoy en día ocupa las dependencias del Centro de Investigación del Agua y del Medio Ambiente, así como la zona de las celdas de los monjes, que ocupa la Casa de Amparo.

El convento de Predicadores tuvo especial importancia, pues en él se celebraron sesiones de las cortes del reino e incluso Pedro IV rasgó el documento de los Privilegios de la Unión de Nobles tras haberlos derrotado en la Batalla de Épila en 1348, terminando con los años de sometimiento de la corona a la nobleza aragonesa.

El Gancho fue pasando por varias etapas en las que fue ocupado por comerciantes, otras por gente humilde y en ocasiones hasta se transformó en lo que podríamos llamar la zona pija de la ciudad. Incluso miembros de la alta nobleza llegaron a instalar allí sus grandes palacios, como es el caso de los duques de Villahermosa, que situaron el suyo en la misma calle Predicadores, por entonces la más larga e importante de la ciudad, y que hoy en día es un colegio público, aunque ha tenido multitud de usos como cárcel o instalaciones de la Inquisición. Pero desde luego el que ha sido su centro neurálgico ha sido la parroquia de San Pablo, alguna vez llamada “la tercera catedral” de la ciudad, de la que destaca su maravillosa torre de estilo mudéjar (aunque hay que reconocer que le va haciendo falta una restauración).

Podríamos hablar de mil historias más pero nos alargaríamos demasiado. Sin embargo, no podemos terminar sin hablar de ese sobrenombre del Gancho al que hemos hecho referencia varias veces. La primitiva parroquia de San Pablo solía hacer una romería por la zona antes de ser urbanizada, y esta era encabezada por una hoz o gancho que iba desbrozando la zona por la que pasaban los feligreses en procesión. Otra historia dice que la función del gancho era la de cortar las cuerdas tendidas entre las estrechas calles del barrio usadas para colgar las ropas a secar y que así pudieran pasar sin engancharse en ellas los pasos de la procesión. Como ven hay opciones para elegir. Lo que es cierto es que a un lado del altar mayor, en el muro de la epístola, se puede ver aún el último gancho que sigue teniendo el privilegio de encabezar todas las procesiones de la ciudad el día del Corpus Christi.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza