LA REBELDÍA DE LA ZARAGOZA MUSULMANA

Cuando los musulmanes llegan a la península ibérica en abril del 711 y derrotan durante el verano a las tropas visigodas en Guadalete, el poder del reino de don Rodrigo se desmorona, y prácticamente toda la región cae en manos del islam. A pesar de lo que se ha llegado a decir hasta la saciedad, de que la mayoría de los cristianos se refugian en las agrestes montañas del norte para, desde allí, maquinar una larga y casi divina misión de reconquista de los territorios perdidos, la verdad es que la población hispano-romana que había estado sometida desde el siglo V al poder visigodo vio, por lo general, con cierta indiferencia la llegada del nuevo poder religioso y político. Es cierto que hubo algunos que se marcharon, aunque muchos de ellos fueron altos cargos eclesiásticos, miembros de la nobleza, etc.

El territorio de lo que hoy es el actual Aragón no fue muy distinto, y apenas existen referencias a algún tipo de resistencia al avance musulmán, salvo a alguna refriega producida en Huesca. Al contrario de lo que se suele decir en la versión tradicional, los musulmanes sí que llegaron a los Pirineos, que no permanecieron vírgenes y como un territorio resistente y puramente cristiano (igual que Asturias, pues Gijón llegó a tener un walí o gobernador durante unos años). Jaca también lo tuvo, y la región estuvo más o menos sometida en un principio al poder del islam, aunque sí que es cierto que en las regiones montañosas sí que hubo mucha más resistencia  y varios episodios de rebelión. Pero si estos siguieron existiendo hasta finalmente desembarazarse de ese dominio invasor fue solo porque así lo permitieron las tropas de los ocupantes, que a mediados del siglo VIII estaban mucho más preocupados en las campañas de expansión en Francia que en dedicarse a luchar contra un puñado de montañeses.

Solo cuando hacia el 750 las tentativas de llevar la religión de Mahoma hasta el corazón de Europa fracasaron por el agotamiento de la gran expansión del imperio islámico, en lo que tuvo mucho que ver las luchas internas por el poder entre las diferentes facciones, fue cuando lo que se ha denominado como al-Andalus comenzó a tomar forma y conciencia de si misma en la propia península, tomándose ya como un problema las actuaciones de esos reductos cristianos del norte que ya empezaban a mostrarse como una seria amenaza.

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Se instaura entonces un sistema de fronteras o marcas, delimitando tres con sus respectivos centros de poder. La Marca Inferior, con capital en Badajoz, la Marca Media en Toledo y la Marca Superior o al-Tagr al Al’a, que comprendía el valle del Ebro y cuya capital fue situada en Saraqusta (Zaragoza). En el 756, un miembro de los omeyas que venía huyendo desde hacía años desde Damasco del exterminio de su familia por parte de los abbasídas, que habían tomado el poder del imperio islámico, llegó a la península, y en unos años formó en al-Andalus un Estado independiente del cual se proclamó emir. No es otro que Abd al-Rahman I, quien a semejanza de lo que había visto durante su juventud en la corte de Damasco, pretendía instaurar un Estado centralizado, con capital en Córdoba, y cuyo territorio respondiera totalmente a sus mandatos. Pero esto le fue difícil lograrlo, pues desde casi el principio de la conquista musulmana, la península se había sumido en un caos de anarquía y desgobierno, siendo muy difícil lograr la sumisión. Las regiones más rebeldes fueron siempre estas marcas fronterizas, dada su lejanía de la capital cordobesa y a su especial condición al estar lindando con los núcleos cristianos. Tenían unos problemas muy diferentes a los que pudieran tener los emires a orillas del Guadalquivir, y por supuesto distintas soluciones. Dada además la gran cantidad de población que vivía en el valle del Ebro y la riqueza de la zona, Zaragoza fue durante todo el periodo islámico una plaza realmente difícil de controlar, que actuó durante mucho tiempo y en varias etapas de forma totalmente independiente, dejando de pagar los tributos que teóricamente debía mandar a la capital del emirato, e incluso aliándose con los cristianos (ya fueran navarros, aragoneses e incluso francos). No en vano, fue la oferta del gobernador musulmán de Zaragoza de entregar la ciudad a los francos lo que según el Cantar del Roldán llevó a Carlomagno y a su gran ejército a cruzar los Pirineos para someterla, llegando después ante sus muros y encontrarse con el cambio de parecer del gobernador, regresando de nuevo a Francia y siendo derrotado en la casi mítica Batalla de Roncesvalles.

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Esto fue la tónica general, y a comienzos del siglo X la situación del emirato era tal que el poder de los emires de Córdoba apenas llegaba mucho más allá de la capital y de algunas regiones del Guadalquivir. Parecía que el final de al-Andalus como Estado unificado estaba cerca, pero en el 912 llegó al poder un jovencísimo Abd  al-Rahman III, quien en unos años reinstauró la unidad política y se vio con tal fuerza que en el año 929 reinventa el Estado y se proclama como califa; es decir, que además del poder político que ya tenía se convierte en el líder religioso de la Umma o comunidad islámica andalusí, con todo lo que ello suponía. Pero a pesar del aumento de su poder, las marcas fronterizas le siguieron siendo esquivas en cuanto a su obediencia, destacando una vez más Zaragoza.

Abd al-Rahman III logra someter entre los años 929 y 932 a las también revoltosas Badajoz y Toledo, y tras ellos se encamina hacia el valle del Ebro, cuyos gobernantes terminan por prometer que volverán a mandar los tributos que deben a Córdoba. El Califa se contenta, pero apenas dos años después, ciudades como Zaragoza, Huesca y Barbastro se niegan una vez más en colaborar con las campañas militares del califato contra los cristianos. En la capital del Ebro gobierna un miembro del linaje de los Banu Tuyibí, quienes habían llegado a esas tierras desde casi el primer momento de la conquista musulmana. Su nombre era Muhammad ben Hasim al-Tuyibí, y a pesar de las amenazas del califa mantuvo su empeño en mantenerse independiente a su poder. Tras la negativa a mandar tropas, Abd al-Rahman regresa de nuevo a las tierras del Ebro y somete Huesca, logrando después que Muhammad le prometa obediencia y le entregue algunas fortalezas. Pero unos meses más tarde, en el año 935, Muhammad vuelve a declararse por enésima vez en rebeldía, y el ejército califal, al mando del visir Ahmad ben Ishaq al-Qurasí, regresa y pone sitio a Zaragoza. Esta resiste gracias a la ayuda que recibe del Reino de León, y al poco tanto el visir como Muhammad llegan a un acuerdo por el cual el gobernador de la Marca Superior le dio su apoyo al primero para disputarle el trono del califato a Abd al-Rahman III. Este enseguida toma cartas en el asunto, manda una nueva expedición militar desde Córdoba y consigue deponer y encarcelar al díscolo visir, además de ocupar las plazas de Calatayud y Daroca.

Finalmente, Muhammad al-Tuyibí no tiene más remedio que plegarse a las exigencias del califa y negocia en el año 937 su rendición y sometimiento a Córdoba. Logra el perdón (hay que reconocerle a Abd al-Rahman la paciencia que tuvo con este hombre), y consiguió mantener su poder y cargos en la Marca Superior, dada la enorme influencia que tenía su familia en la región.

Por supuesto los intentos secesionistas no acabarían ahí, y la Zaragoza musulmana, que siempre vio las cosas a su manera, fue la primera en convertirse en un reino de taifa cuando a comienzos del siglo XI  y tras la dictadura militar de Almanzor el califato cordobés se desmoronó, finalizando el gran periodo de esplendor político de al-Andalus.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza


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