LOS PRIVILEGIOS DE LA UNIÓN

Quizás alguna vez habéis escuchado hablar de los llamados Privilegios de la Unión pero no sabéis concretar qué eran exactamente. Para ver su origen, tenemos que remontarnos a finales del siglo XIII, nada menos. Durante la Edad Media fueron comunes diferentes episodios en toda Europa en los que las monarquías y la nobleza pugnaban entre sí por controlar el poder que tenía la otra. Los monarcas siempre estaban ansiosos por someter a sus órdenes a la nobleza, mientras que esta consideraba que los reyes no eran más que ellos y que debían someterse a la voluntad de la mayoría. Aragón no fue distinto en cuanto a esto, teniendo incluso movimientos fuertes de este tipo debido a su tradición foral. La nobleza aragonesa consideraba al rey como un “primus inter pares”; es decir, como el primero entre iguales. De ahí viene parte de la famosa cita en las ceremonias de jura en las Cortes que dice “nos, que somos tanto como vos, y juntos más que vos…”.

Pues bien, nos vamos como hemos dicho a finales del siglo XIII y, una vez más, volvemos a hablar de la famosa Guerra de las Vísperas Sicilianas, en la que Pedro III “el Grande” logró conquistar a los franceses la corona de Sicilia. Pero el precio fue alto. El rey aragonés fue excomulgado por el papa –que como buen francés ayudaba así a los intereses franceses de la Casa de Anjou-, y acto seguido les ofreció el trono de la Corona de Aragón. Las campañas militares en Italia generaron una importante necesidad de dinero para financiar los ejércitos y Pedro III convocó Cortes en 1283 para conseguir fondos. Tanto la nobleza, como las villas y las ciudades exigieron al monarca una serie de privilegios para ejercer un mayor control sobre toda acción de gobierno que acometiera la corona. El rey aragonés no tuvo otra y aceptó el llamado “Privilegio General”.

Pero la cosa no quedó ahí. En el año 1287, ya con Alfonso III como rey de la Corona de Aragón, de nuevo la necesidad de dinero y la petición de este a los diferentes estamentos del reino aragonés provocó la rebelión abierta de parte de la nobleza, mesnaderos, infanzones y caballeros, que tenían además el apoyo de la ciudad de Zaragoza. Es la llamada Unión de nobles, que logró de nuevo que el monarca claudicara y concediera los llamados Privilegios de la Unión. ¿Qué concedía a la Unión estos privilegios? En primer lugar la garantía de que las Cortes en conjunto, es decir, los tres estamentos, y bajo petición del Justicia de Aragón, eran las que tenían que decidir si un noble era encarcelado. Así pues, estos podían cometer cualquier desmán o desobedecer al monarca pero este nunca podría ordenar su detención sin la aprobación de las Cortes, que evidentemente, no la iban a dar. Además, la corona tenía que entregar a la Unión las fortalezas de Monclús, Bolea, Uncastillo, Sos, Jalón, Ariza, Berdejo, Somed, Borja, Rueda, Daroca, Huesa, Morella, Uxó, Játiva y Bier. En caso de que el rey o alguno de sus sucesores fuera contra ellos, la Unión tenía el derecho de poner esas plazas bajo la soberanía de cualquier otro reino. Por otro lado, el rey no podría tomar ninguna decisión de gran importancia sin el consentimiento de las Cortes. Esto pues, coartaba mucho la acción de la corona.

Avanzando ya un poco más en el tiempo, tenemos al astuto Pedro IV “el Ceremonioso”. En 1347, el rey, que todavía no contaba con descendencia masculina, declaró como heredera al trono a su hija Constanza sin previa aprobación de la Unión de nobles, por lo que esta se volvió a unir y a levantarse en armas contra el rey. El 21 de julio de 1348 se produjo la Batalla de Épila –Zaragoza-, en la que las tropas reales derrotaron finalmente al ejército de la Unión. Pedro IV aprovechó para ejecutar a los cabecillas y derogar de una vez por todas los Privilegios de la Unión, volviendo a los antiguos Fueros de Sobrarbe que respetaban mucho más la autoridad real, aunque desde luego daba importantes concesiones a los habitantes del reino.

Como buen amante de las ceremonias, Pedro IV decidió escenificar el fin de la Unión y de sus privilegios convocando Cortes en el antiguo Monasterio de los Predicadores de Zaragoza, que se situaba donde hoy se encuentran el antiguo I.E.S. Luis Buñuel, el Centro de Investigación del Agua y del Medio Ambiente y la Casa de Amparo junto a la Plaza de Santo Domingo en el barrio de San Pablo. Allí, el rey cogió ante todos los estamentos del reino una copia de los Privilegios y los rasgó con su propio puñal, simbolizando el fin definitivo de la Unión. Hoy en día sólo se conservan dos copias; uno en el Monasterio de Poblet y el otro en el archivo arzobispal de Zaragoza.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza