ARAGÓN Y CARLOS II EL HECHIZADO

La figura del último rey de los Austrias, Carlos II el Hechizado, ha sido tradicional e injustamente maltratada por la historiografía, vinculando sus muchos muchos problemas de salud a la decadencia de la Monarquía Hispánica y la pérdida por parte de esta del papel de primera potencia mundial que llevaba ejerciendo desde hacía casi siglo y medio. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

Tras la muerte en 1646 en Zaragoza del único hijo varón legítimo que tenía Felipe IV (Felipe III en Aragón), el príncipe Baltasar Carlos,  el conocido como «rey planeta» se volcó a contraer de nuevo matrimonio para lograr otro heredero. Haciendo gala de la tradicional endogamia de los Habsburgo, el rey se casó con su sobrina, Mariana de Austria, dando como resultado al futuro Carlos II el Hechizado. Nació en Madrid en 1661 con una larga lista de enfermedades y deformidades que le auguraban una corta vida. Por ello, tan sólo se le dio formación religiosa para que estuviera en paz con el reino celestial una vez le llegara su temprana hora, y en cambio no se le dio la pertinente formación de gobierno que le correspondía como heredero al trono del gran imperio de su padre. La verdad es que tampoco ayudaba el hecho de que no lograra hablar con corrección hasta los 10 años o que nunca aprendiera a escribir o leer correctamente en su vida. Aun así, alcanzó la impensable edad de 38 años, todo un logro teniendo en cuenta su deficiente salud y la medicina de la época.

El 17 de septiembre de 1665 asumió el trono en minoría de edad tras la muerte de su padre, ejerciendo la regencia su madre, Mariana de Austria, la cual se apoyó en su confesor Juan Everardo Nithard, al que nombró valido.  El Imperio afrontaba enormes desafíos, como el defender su integridad territorial en varios continentes con pocos medios debido a la decadencia económica que las diferentes bancarrotas habían provocado desde tiempos de Felipe II (Felipe I en Aragón). A esto se unía el empobrecimiento de la población, la escasa demografía de los dominios hispanos,  bajos niveles industriales y las décadas de guerras continuas en Europa.

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Príncipe Baltasar Carlos, fallecido en Zaragoza. Obra de Diego Velázquez

Su gran enemiga fue la Francia del rey sol, Luis XIV, que aprovechó la debilidad hispana para aumentar la proyección europea de Francia con continuas guerras  contra la Monarquía de Carlos II en la segunda mitad del siglo XVII. Mientras, los diferentes fracasos de Nithard, y su condición de alemán (aunque había sido naturalizado), aumentaron el descontento de la nobleza hacia la reina madre y su gobierno. El punto álgido llegó con la firma de Tratado de Lisboa en 1668 que reconoció la independencia de Portugal, aunque de facto ya lo era desde la rebelión de 1640. La oposición al gobierno se terminó cristalizando en torno a la figura del hermano del rey Carlos, Don Juan José de Austria, hijo ilegítimo de Felipe IV pero reconocido por su padre. Juan José se convirtió en el líder político de la oposición, el llamado «partido austriaco», y para intentar desprestigiarlo fue acusado de preparar una conjura para asesinar a Nithard. El infante tuvo que huir a la Corona de Aragón, cuyos Estados y principalmente el Reino de Aragón y el condado de Barcelona le apoyaban abiertamente. En este último Juan José logró el apoyo del virrey catalán y marchó desde la ciudad condal con 3 compañías de caballería hacia Zaragoza. Al llegar, la ciudad estalló en revueltas en su apoyo y en contra de Nithard y la regencia, y se unieron a su ejército rebelde más de 300 infantes de armas aragoneses con los que siguió su marcha hacia Madrid.

LA CAÍDA DE NITHARD Y EL NOMBRAMIENTO DE JUAN JOSÉ COMO VIRREY DE ARAGÓN

El 23 de febrero de 1669 las tropas de Juan José se encontraban en las inmediaciones de la corte, engrosando su ejército más voluntarios que se le unieron. Ante la amenaza, Mariana de Austria se movió rápido para salvar su regencia y destituyó de su cargo a Nithard. Esto apaciguó los ánimos y Juan José terminó por no entrar en Madrid, pero la regente, quien no soportaba al hijo bastardo de su fallecido esposo, trató de alejarle de la corte nombrándole virrey de Aragón, cargo que aceptó.

Durante su regencia se siguió reavivando el sentimiento foralista en el Reino de Aragón, algo que había quedado muy tocado tras la Rebelión de 1591 contra Felipe II y las Cortes de Tarazona del año siguiente. Esto no era algo nuevo, pues con la Rebelión de Cataluña de 1640 y la posterior invasión francesa de su territorio, la frontera entre el reino aragonés y el condado de Barcelona se convirtió en frente de guerra, lo que provocó que la corte de Felipe IV estuviera muy presente en Aragón, reconduciendo las difíciles relaciones que Monarquía y reino habían tenido desde mediados del siglo XVI.

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El arco del Arzobispo, mandado construir por Juan José de Austria y que unía la Seo con el palacio arzobispal

Juan José de Austria mostró un profundo respeto hacia los fueros e instituciones aragonesas, acercándose mucho también a su nobleza y sintiéndose muy identificado con esta tierra. Tanto es así que ordenó que a su muerte su corazón fuera depositado a los pies de la Virgen del Pilar. A pesar de la prohibición de festejos por parte de la regente, Zaragoza recibió con grandes actos festivos al nuevo virrey, que pronto se granjeó las simpatías de la aristocracia y la burguesía, además del sector intelectual. Estableció como su residencia oficial el palacio arzobispal, ordenando que se construyera un pasaje que uniera estas dependencias con la Seo; el llamado «arco del Arzobispo«, el cual fue lamentablemente demolido hace unas pocas décadas.

Los años pasaron felizmente en Aragón, pero el 6 de noviembre de 1675 Carlos II cumplió 14 años, la mayoría legar para ejercer por sí mismo el gobierno de sus Estados. Sin embargo, su madre Mariana de Austria no deseaba desprenderse de la regencia. Carlos, quien a pesar de que siempre se le ha tachado de «poco inteligente», tuvo siempre el buen tino de rodearse de consejeros muy eficientes. Por ello, y para tratar de quitarse el «mangoneo» de su madre, envió una carta a su medio hermano Juan José para que se le uniera en Madrid y asumiera el gobierno como su valido, pues confiaba plenamente en él. El infante fue muy bien recibido en Madrid, pero la regente volvió a tenderle una trampa para alejarle de allí todavía más, persuadió a Carlos II y logró que este nombrara a Juan como virrey de Nápoles.

EL REINO DE ARAGÓN Y EL GOLPE DE ESTADO DE 1677

Juan José acató aparentemente la orden y dijo que regresaba a Zaragoza para poner en orden sus asuntos antes de dirigirse a Italia. Pero en realidad, lo que estaba preparando era un segundo Golpe de Estado contra la regencia. Pasó todo el año de 1676 preparando un ejército en el Reino de Aragón y logró el apoyo de los diferentes Estados de la corona aragonesa. A principios de 1677, y antes de ponerse al frente de su ejército, Juan José de Austria acudió a la catedral del Pilar (no tuvo el título de Basílica hasta el siglo XX), se puso bajo la protección de la virgen y acto seguido inició su marcha hacia Madrid.

Buena parte de la nobleza aragonesa le acompañó, con la esperanza de que un nuevo gobierno encabezado por el infante acrecentara el peso político aragonés en la corte. A su ejército aragonés se le unieron tropas en su camino a la capital castellana, donde entró el 23 de enero de 1677. Carlos II aceptó de buena gana este Golpe de Estado, dio por terminada la regencia de su madre y fue nombrado valido del rey. Comenzaba así su gobierno con grandes esperanzas de regeneración para la avasallada Monarquía Hispánica y su gran imperio mundial.

En agradecimiento al enorme apoyo que el Reino de Aragón le había granjeado en su causa, Juan José de Austria convenció a Carlos II para que una de sus primeras acciones fuera ir al reino aragonés para jurar sus fueros y convocar cortes tras la friolera de 32 años sin ser celebradas. El 21 de abril de 1677 el rey partió con la corte desde Madrid y llegó a Zaragoza el día 30 tras haber pasado por la ruta de Used y Daroca. Al día siguiente, el 1 de mayo, el monarca juró los fueros de Aragón y el 14 se abrieron las sesiones de las cortes aragonesas que se celebraron entre Calatayud y la propia Zaragoza. Ya el día 29 de mayo, el Habsburgo fue jurado como rey en la Seo.

Esta sería la última vez que Juan José estuvo en Aragón, pues marchó a Madrid para llevar el gobierno entre enormes expectativas. Pero lo cierto es que pasó sin pena ni gloria al no tener demasiado tiempo para reordenar los asuntos de la Monarquía Hispánica, pues murió apenas dos años después tras unas fiebres tifoideas, aunque no son pocas las voces que dicen que fue envenenado por sus opositores. Tal y como habían dispuesto, su corazón fue depositado en una hornacina el 27 de febrero de 1680 en la Santa Capilla del Pilar.

LA FALSA DECADENCIA DEL REINADO DE CARLOS II

Carlos II no olvidó esa estrecha relación entre Aragón y su hermano y apenas 7 años después regresó al reino y volvió a convocar cortes aragonesas. No se había visto un lapso tan corto entre una convocatoria y otra desde hacía 130 años, en tiempos de Carlos I. Desde luego, el reinado de Carlos II fue importante para Aragón, a pesar de lo que se suele pensar. Como ya he comentado, se reavivó de nuevo el foralismo aragonés, el reino volvió a sentirse después de mucho tiempo importante dentro del gran conglomerado de Estados que era la Monarquía Hispánica, siendo fundamentales sus fuerzas en el cambio de gobierno de 1677. También se tomaron medidas proteccionistas que beneficiaron el comercio aragonés.

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Carlos II de Habsburgo

¿Y qué hay de cierto en aquello de lo hemos empezado hablando de la responsabilidad del último de los Austrias en la decadencia del Imperio? La verdad es que esta idea ha sido muy tradicional, pero estudios de los últimos años echan por tierra estas teorías. Es evidente que el imperio habsbúrguico se encontraba en franca decadencia, pero esto no fue responsabilidad de Carlos II el Hechizado, ni mucho menos. Las enormes exigencias imperiales en lo económico y demográfico de la política que llevaron los Austrias desde el mismo emperador Carlos, las continuas guerras, terminaron por agotar los recursos de la Monarquía. Las bancarrotas se fueron sucediendo, y la cada vez más limitada disponibilidad de recursos hacían difícil la defensa de territorios tan dispares y alejados entre sí.

La realidad es que Carlos II tuvo en gran tino de rodearse de consejeros y ministros de una gran valía, que al contrario que durante el reinado de sus predecesores no llegaban a sus puestos por sobornos, intrigas o por sus títulos nobiliarios. Estos ministros lograron poner en marcha importantes reformas que consiguieron que la gran Monarquía Hispánica lograra por primera vez en casi 2 siglos superávit económico. La época de las bancarrotas de los Austrias había terminado. La recuperación que España, ya unificada definitivamente en lo administrativo tras la Guerra de Sucesión, se ha achacado tradicionalmente a las reformas que puso en marcha Felipe V de Borbón. Pero lo cierto es que estas habrían tardado mucho más en dar resultados de no haber sido por las que ya se habían emprendido en tiempos de Carlos II.

Esa idea de decadencia viene por la pérdida del estatus de primera potencia mundial del que había gozado la Monarquía desde la década de 1520, pero lo cierto es que esto ya sucedió durante el reinado de su padre, Felipe IV. En todo caso, y dados los recursos con los que contó Carlos II, se hizo durante su reinado mucho más de lo que se hubiera podido esperar de cualquier otro, y aunque se perdieron territorios, estos fueron «jirones» en comparación con lo perdido por parte de su padre y de su sucesor borbónico. La realidad es que Carlos II, que no fue ni tan decadente ni tan hechizado, logró a través de sus ministros mantener en gran medida la integridad del Imperio.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza