EL ASEDIO DE ZARAGOZA… DE 1843

Casi nada se ha publicado sobre este episodio de la historia zaragozana, más allá de un libro titulado «El tercer Sitio de Zaragoza» de Jesús Alegría de Rioja o lo que nos cuenta en sus memorias Mariano Gracia Albacar, pero en el otoño de 1843 la ciudad que hacía cinco años había recibido el título de “Siempre Heroica” por la defensa de las libertades, volvía a estar sitiada por defenderlas. Y esta vez no eran los atacantes los franceses de 1808 ni los carlistas de 1838 (Cincomarzada), sino el ejército gubernamental del Estado Liberal.

Pero ¿cómo se había llegado a eso? Tras la Primera Guerra Carlista, finalizada en 1840, el general Espartero (sobre el que un hispanista acaba de publicar una biografía), fue votado como Regente del Reino hasta el 10 de octubre de 1844, cuando Isabel II sería mayor de edad. Sin embargo, un cúmulo de conspiraciones, errores y pronunciamientos acabaron con su regencia antes de tiempo, en julio de 1843. Zaragoza era una ciudad más esparterista que el propio Espartero, y se resistió a admitir su caída y exilio. Al fin abrió sus puertas al nuevo gobierno, pero desconfiaba de la situación. Sólo las palabras del general Ametller, que había prometido usar su espada para defender la Constitución progresista de 1837 y las libertades, y los hechos consumados hicieron ceder la tenacidad zaragozana.

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Mapa de la Zaragoza de 1843

Pero los temores de los más liberales y esparteristas zaragozanos se cumplieron. El gobierno de Joaquín Mª López era un títere en manos de los militares moderados como Narváez y Concha, la Constitución fue infringida, se temía la disolución de la Milicia Nacional, y, además, tampoco se convocó una Junta Central con representantes de las provincias para decidir el futuro nacional. El gobierno convocó elecciones, pero ya era tarde. En Cataluña, varias ciudades alzaron el pendón de rebelión al grito de “Junta Central” y “Constitución de 1837”.

Fue el domingo 17, día de elecciones, cuando se inició la rebelión en Zaragoza. El detonante fueron las acusaciones de fraude y manipulación de las mismas por parte de los agentes del gobierno. Aparecieron proclamas esparteristas de José Mª Ugarte, llamando a los ciudadanos a las armas contra “afrancesados, frailes e hipócritas”. Esto hacía referencia al partido moderado, el cual seguía las ideas del liberalismo más conservador y doctrinario que entonces gobernaba en Francia; a los carlistas identificados con el clero regular, y  al gobierno de López, en teoría un progresista pero que había traicionado a Espartero. En los pasquines invocaban al antiguo Justicia de Aragón y el exiliado Espartero. Ante la situación de amotinamiento del vecindario, las autoridades del gobierno salieron de la ciudad y, con la guarnición, se refugiaron en La Aljafería.

Los rebeldes zaragozanos, entre los que se encontraba la Milicia Nacional, formaron una Junta presidida por José Muñoz, y entre cuyos miembros se encontraban destacados progresistas como Pascual Polo y Monge, Ugarte y José Marraco. La Junta denunció al gobierno central como antiliberal, arbitrario y despótico, y solicitó la convocatoria de una Junta Central.

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Inmediatamente, desde Madrid se envió al general Valentín Cañedo, que bloqueó la ciudad e impidió a los labradores trabajar los campos circundantes. En el interior de la ciudad, mientras tanto, bullía la revolución. La prensa madrileña afín al partido moderado publicó noticias falsas sobre los defensores de Zaragoza, como por ejemplo que habían nombrado Capitán General de Aragón a Melchor Luna, alias “Chorizo”, un líder del liberalismo popular, carnicero natural del barrio de San Pablo, al que acusaban de delincuente -sobre este extraordinario personaje véase el artículo aparecido en Revista de Historia y pensamiento contemporáneos XIX y Veinte, 13 (2017), pp. 114-125-.

De Zaragoza salieron varias partidas armadas que intentaron sublevar a todo Aragón, y se enfrentaron en numerosas escaramuzas a las fuerzas gubernamentales. Mientras tanto, la ciudad Siempre Heroica era bombardeada por el Ejército, ahora al mando del general Concha, quien no dudó en utilizar sus 47 piezas de artillería para lanzar 778 bombas sobre Zaragoza.

A pesar de que los milicianos y algunos sectores del liberalismo popular más avanzado querían resistir más, la Junta decidió iniciar negociaciones con los sitiadores, lo que hizo el 24 de octubre, logrando un alto el fuego para el día 25. Finalmente, el 26 de octubre de 1843, Zaragoza capitulaba ante las superiores fuerzas del gobierno. Por desgracia, el general concha pronto se olvidó de lo firmado, incumpliendo la capitulación al desarmar a la Milicia Nacional. En los meses siguientes, los moderados enviarían a la cárcel o al pelotón de fusilamiento a varios zaragozanos que se habían destacado en la defensa de las libertades.

Daniel Aquillué Domínguez

Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza