LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS

1492 no sólo fue el año de la conquista de Granada y el descubrimiento del nuevo mundo, pues el 31 de marzo se aprobó uno de los decretos reales de mayor trascendencia en la Edad Moderna de los reinos peninsulares, que fue la expulsión de los judíos. Fue una disposición que tomaron los Reyes Católicos, Fernando II e Isabel I, que afectaba a la Corona de Aragón y a la de Castilla.

El ambiente ya venía caldeado desde mucho tiempo atrás. Por ejemplo, en 1391 se produjeron matanzas y saqueos en todas las juderías de la Península Ibérica. Desde entonces los hebreros fueron hostigados por sus vecinos y tuvieron que soportar leyes vejatorias, así que una gran cantidad de ellos se convirtió al cristianismo. Son los conocidos como conversos o «marranos«.

Sin embargo, muchos de los conversos siguieron dedicándose a sus mismos negocios y en secreto practicaban la religión judía. Se habían convertido únicamente para salvar sus vidas. Estas prácticas de «judaización«, como se llamaban, fue lo que motivaron que a finales del siglo XV los Reyes Católicos implantaran la Inquisición, ya que se consideraba que los conversos al bautizarse eran cristianos y si seguían practicando el judaísmo eran herejes y por consiguiente era competencia de la Santísima Inquisición su persecución.

Una vez eras apresado por dicho tribunal siempre eras culpable, porque la Iglesia no se equivocaba jamás. Esto chocaba con los fueros de la Corona de Aragón, donde existía la presunción de inocencia. Así que la implantación de la Inquisición en Aragón generó mucho mal estar. Tanto es así que en 1485 fue asesinado en la Seo de Zaragoza Pedro Arbués, primer inquisidor general del Reino de Aragón, canonizado por Pío IX en el siglo XIX. El crimen se cometió en la catedral mientras el eclesiástico oraba cubierto con malla y un casco. Algunas familias de judíos conversos -Sánchez, Montesa, Paternoy y Santángel- se implicaron en el asesinato de Arbués, o al menos fueron acusadas de ello. El pueblo zaragozano se indignó ante la muerte del clérigo y se produjo un clima de hostigamiento general hacia los judíos.

La expulsión de la población hebrea no fue impopular porque el terreno estaba preparado muchos años atrás y porque sus posesiones confiscadas aumentaron las arcas de los reinos y de los municipios. Los judíos expulsados se decantaron a la hora de asentarse de nuevo por un destino peninsular –Navarra (Tudela, Sangüesa,…)- o ultrapeninsular -territorios mediterráneos (Italia, Imperio Otomano, Israel,…)-. La bitácora de estos últimos la conocemos gracias a los contratos de embarque –Zaragoza, Calatayud, Fuentes, Ariza y Huesca– cuyos barcos partirán de los puertos de Tarragona, Tortosa y Sagunto. De los aproximadamente 9.000 judíos que vivían en el reino aragonés, iniciaron la diáspora entre el 50 y el 65 %, si bien debemos considerar el retorno de un número considerable de los destinados en Navarra -hasta 1498- y en Italia -entre 1495 y 1499-.

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«Expulsión de los judíos de Sevilla», de Joaquín Turina.

De esta forma se explica la existencia de nombres de judíos alrededor de todo el mundo hasta nuestros días, bastante parecidos a los castellanos, como el filósofo Spinoza en Flandes o el primer ministro israelí, Shimon Peres. Son los llamados sefardíes –ellos llamaban a España Sefarad-, judíos que descienden de aquellos que fueron expulsados de la Península Ibérica y que todavía, más de 500 años después, siguen hablando el castellano de sus antepasados.

Como curiosidad, el edicto de expulsión de los judíos firmado en 1492 no fue oficialmente derogado hasta 1969 durante la dictadura de Franco. De hecho, el célebre diplomático zaragozano Ángel Sanz Briz salvó durante la Segunda Guerra Mundial a miles de judíos húngaros del Holocausto nazi otorgándoles pasaporte español para poder salir de Hungría -país colaborador con los nazis- diciendo que esos judíos eran descendientes de sefardíes y que por tanto tenían derecho a la nacionalidad española. Hoy en día el Gobierno español concede a la nacionalidad española a toda persona que demuestre tener antepasados sefardíes, e incluso hay descendientes que están volviendo a vivir a España.

Los sefardíes nos dejaron un gran legado cultural, incluidos cuentos y canciones populares como la de “Estaba el señor don gato”, por ejemplo. En algunas localidades de Aragón todavía quedan parte de lo que fueron las juderías, como es el caso de Tarazona, Uncastillo, etc., pudiendo visitarse todavía algunas casas de la época.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza