En 1910 nació en Zaragoza Ángel Sanz Briz, un auténtico héroe que, sin embargo, es tristemente poco conocido y reconocido. Llevó a cabo una importantísima y dilatada carrera como diplomático por numerosos países del orbe trabajando para las embajadas españolas en Egipto, Perú, Guatemala o Estados Unidos. Alcanzó tal categoría que, cuando en el año 1973 España (todavía bajo la dictadura de Franco) reanudó después de mucho tiempo las relaciones diplomáticas con la China comunista de Mao Zedong, fue a Ángel Sanz Briz a quien el gobierno español encomendó la delicada tarea de poner en marcha la embajada en Pekín.

Pero la gran proeza de este aragonés se remonta a unos años atrás, en plena Segunda Guerra Mundial. En 1944 fue enviado a la embajada española en Budapest (Hungría) para ocupar el cargo de encargado de negocios en la capital magiar. Recordemos que España era simpatizante de la Alemania de Hitler, aunque cada vez con más reticencias a esas alturas de una guerra que los nazis tenían ya perdida. Hungría también se hallaba bajo un gobierno fascista desde hacía unos años y no dudó en colaborar con las autoridades nazis a la hora de poner en marcha la llamada Solución Final, es decir, todo el programa de exterminio de la población judía en las zonas controladas o influenciadas por Alemania. Budapest, por aquél entonces, tenía una de las mayores comunidades judías de Europa y la maquinaría de exterminio alemana se puso manos a la obra antes de que las tropas soviéticas, que avanzaban ya imparables hacia las fronteras del Reich, llegaran hasta allí. Comenzaron a organizarse los famosos trenes del Holocausto que, dentro de la vorágine homicida del nazismo, tenían incluso preferencia sobre los convoyes militares que se dirigían al frente y que en teoría tenían que ganar la guerra. Estos trenes tenían como función el llevar en vagones de ganado a cientos de miles de personas cuyo destino final se encontraba en los hornos crematorios de campos tristemente famosos como Birkenau, Auschwitz, Treblinka, y un largo y triste etcétera.
Sanz Briz, quien no pudo quedarse impasible como hicieron tantos otros ante tal monstruosidad, comenzó a ayudar a los judíos que así se lo pedían, expidiendo pasaportes españoles con los que podían todavía abandonar Hungría e intentar ponerse a salvo de la locura. Finamente llegó a promover todo un movimiento para tratar de salvar a la mayor cantidad de judíos posible, llegando a expedir alrededor de 5.000 pasaportes, concediéndoles la nacionalidad española en virtud de su supuesto origen sefardí (descendientes de los judíos hispanos expulsados por los Reyes Católicos en 1492). Realmente fueron muy pocos los que en verdad podían alegar tales orígenes, pero a Sanz Briz esto le dio igual, y su acción logró salvar más de 5.000 vidas, casi cuatro veces más que el famoso Oskar Schindler, quien alcanzó la fama gracias a la gran película de Spielberg. El aragonés no es tan famoso, aunque en los últimos años se le han realizado diversos reconocimientos, incluida una película llamada “El ángel de Budapest”.

Tras la guerra siguió desarrollando su carrera por el mundo hasta su muerte en Roma en 1980 mientras desempeñaba su trabajo como embajador español ante el Vaticano. A título póstumo su labor contra el Holocausto fue reconocida por la ONU, el gobierno húngaro, por Israel, que le nombró “justo entre las naciones” y por el Ayuntamiento de Zaragoza, que le hizo hijo predilecto de la ciudad y le otorgó su nombre a una plaza y un busto en el actual barrio de San José.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza