FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES. UN GENIO INCOMPRENDIDO

El 30 de marzo de 1746 nació en Fuendetodos -Zaragoza-, el pintor Francisco de Goya y Lucientes. Este fue un genio adelantado a su tiempo. Hay un antes y después de Goya, se le considera antecesor de las vanguardias artísticas del siglo XX y su obra marca el comienzo de la pintura contemporánea.

No sólo pintaba óleos, sino que también trazó excelentes dibujos y grabados y dominó la pintura de caballete y mural. Estamos hablando de un pintor innovador, con un estilo propio e inimitable. Las figuras de Goya pertenecen a un mundo distinto al de su época. Combina el detallismo y la minuciosidad con la pincelada ligera y esbozada de aquello que considera menos importante con gran maestría, adelantándose al impresionismo de finales del siglo XIX.

Los retratos le procuraron un lugar en la Corte española, mirando a sus modelos con otros ojos. En sus retratos Goya parece exento de piedad. Hacía que en los rasgos de sus retratos se revelara la personalidad del retratado y no tenía escrúpulos a la hora de reflejar la vanidad y fealdad, la codicia y vacuidad del retratado. Nadie hasta la época había pintado a un mecenas, a un rey o a un noble de esta manera. Su originalidad no quedó ahí, sino que inventó una nueva técnica, llamada aguatinta, además de innovar en los temas representados.

Fue el primero en encarnar a la gente del pueblo, en pintar las costumbres de la gente vulgar. También fue pionero en eso de representar pictóricamente los desastres de la guerra, ejecuciones, torturas, etc… Hasta entonces siempre se había pintado la parte gloriosa de la guerra y a sus generales. Era un crítico de su sociedad a través de la pintura. Goya pintaba lo que le impactaba, lo que sentía. Demostró al mundo que un pintor podía tener la misma libertad que un poeta a la hora de trasmitir sus emociones y sentimientos.

Sus últimas pinturas, que recubren las estancias de su última vivienda en Madrid, tratan de temas oscuros y de brujería. Son pinturas sombrías y tenebristas que se adelantan al arte abstracto del siglo XX, que Goya pintó para sí mismo y que muy pocos conocieron hasta finales del siglo XIX. Tal vez eran demasiado novedosas para su tiempo como para hacerlas públicas.

La historia de Goya es la de un rebelde que desafío a su tiempo, no sólo en la pintura, sino también en su forma de vivir. Se atrevió a pintar desnuda a la que supuestamente era la Duquesa de Alba, lo que provocó un gran escándalo, granjeándose ser juzgado por la Inquisición. La causa del escándalo no era pintar a una mujer desnuda, esto ya se había hecho muchas veces; sino pintar a una noble desnuda como si se tratara de una prostituta.

En política fue un afrancesado. Era de aquellos españoles que veían con buenos ojos la invasión de Napoleón porque los franceses, aunque invadieran España, traían consigo la modernidad, el fin del Antiguo Régimen, la laicización del Estado, etc…, liberándolos de aquellos déspotas españoles. Por ello, Francisco de Goya se ganó la enemistad de su pueblo, al que tanto amaba, que lo consideraba un traidor antiespañol.

Se preguntara entonces el lector qué relación tenía con Aragón, su tierra, ¿qué hizo aquí? Y la respuesta es que si lo comparamos con el resto de su obra, poca cosa. Ya saben el dicho: “nadie es profeta en su tierra”.

Aunque naciera en Fuendetodos, pasó la mayor parte de su juventud en Zaragoza, aprendiendo el oficio de pintor. Muchas son las obras que se le atribuyen de esta etapa pero no sabemos si realmente eran de él o no, ya que por aquel entonces no era conocido y sus pinturas no se diferenciaban de las del resto de sus contemporáneos. Intentó que le dieran una beca para viajar a Italia y aprender de los grandes maestros italianos. No se la concedieron y él mismo se costeó el viaje. A su vuelta, a pesar de que ya tenía encargos en Madrid, seguía pintando en su Aragón natal. Le contrataron para pintar una de las capillas del Pilar y no se la dejaron terminar porque le consideraban demasiado moderno, demasiado burdo, como si sus pinturas fueran de la calidad de la restauración del Ecce Homo de Borja.

Tras está humillación no volvió a pisar su Aragón natal y marchó a Madrid, donde desarrolló la mayor parte de su obra. Finalmente, en 1824, cansado de los desmanes políticos de España, se fue a Burdeos y allí acabo sus días en 1828.

Santiago Navascués Alcay

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza