El 29 de septiembre de 1511 nació Miguel Servet en Villanueva de Sijena, aunque no está muy claro si fue en 1509 o 1511. Fue todo un científico e intelectual. Aunque destacó por su estudio de la anatomía y medicina; ni el estudio de la Biblia, ni las matemáticas, ni la teología, astronomía, física, meteorología, geografía y jurisprudencia, escaparon a su actividad erudita.
Vivió tiempos convulsos en una Europa intolerante, envuelta en guerras de religión entre protestantes y católicos y persecuciones de la Inquisición. En este caldo de cultivo pasó a la historia por ser el primero en morir por defender la libertad de conciencia, convirtiéndose en un símbolo de lucha para los librepensadores de todas las épocas. Fue alguien capaz de no tomar partido por ningún bando y pensar por sí mismo en unos tiempos en los que eso era el mayor de los crímenes y pecados. Lo dejaba bien claro con la frase de su libro “De la Justicia”, que dice así:
Ni con estos ni con aquellos estoy de acuerdo en todos los puntos, ni tampoco en desacuerdo. Me parece que todos tienen parte de verdad y parte de error y que cada uno ve el error del otro, mas nadie el suyo… Fácil sería decidir todas las cuestiones si a todos les estuviera permitido hablar pacíficamente en la Iglesia contendiendo en deseo de profetizar.
Eran ideas muy parecidas a las de Erasmo de Rotterdam, a quien admiraba.
No es casualidad que un aragonés fuera de los primeros en manifestar tener estas ideas, pues creció en un reino que siempre fue hostil a la Inquisición, en el que los monarcas estaban sometidos a las Cortes, no podían legislar sin las Cortes y antes de convocarlas se les presentaba una lista de agravios contra el reino que debían reparar. Vivió en un país en el que existía la institución del Justicia, que velaba por el buen funcionamiento del sistema; la presunción de inocencia, única en la Europa de aquel entonces; y en el que algunos moriscos ocupaban cargos públicos.
El segundo motivo por el que pasó a la historia fue por sus trabajos en medicina, por ser quien descubrió la circulación menor de la sangre o circulación pulmonar. Fue el primero en entender el proceso de la respiración.
¿Cuál fue su vida? Os la contamos.
Nació en el seno de una familia acomodada. Su madre, Catalina Conesa, descendía por línea materna de los riquísimos Zaporta, aquellos judeoconversos que se convirtieron en grandes banqueros y en nobles. Su padre, Antón Serveto, era un noble infanzón que ejercía como notario del Monasterio de Sigena. Era el mayor de tres hermanos. Ninguno de ellos sobresalió tanto como él. Su hermano Pedro siguió como notario los pasos de su padre y su hermano Juan se decantó por una vida de sacerdocio.
Su pueblo natal quedaba pequeño para un corazón inquieto que quería ampliar estudios. Fray Juan Quintana, que acabó siendo confesor del emperador Carlos V, fue su mentor en estos momentos iniciales de su carrera. Al poco tiempo, estudió derecho en Toulouse (Francia), donde conoció a los reformados protestantes y ya no volvió a ser el mismo. Fue testigo en 1530 de la coronación en Bolonia del emperador Carlos V, acompañando a la corte imperial con Juan Quintana por Alemania e Italia.
Se desvinculó de su mentor e inició un viaje por ciudades centroeuropeas donde había calado la Reforma protestante, entre las que destacan: Basilea, Estrasburgo y Hagenau. Una vez se empapó de las principales ideas religiosas del momento, escribió en 1531 su obra “De los errores acerca de la Trinidad”, escritos que no gustaron ni a los reformistas alemanes ni a los católicos. Sus problemas comenzaron cuando tuvo el atrevimiento de enviar una copia, de manera tan audaz como inconsciente, al obispo de Zaragoza. Pues este, inmediatamente después, lo denunció a la Inquisición.
Posteriormente viajó a París, donde tenía planeado un encuentro con el líder reformista Calvino. Encuentro que nunca llegó a producirse pero que dio pie a un intercambio epistolar entre ambos. Tras una corta estancia en la ciudad del Sena, se instaló en Lyon con una nueva identidad, Michel de Villenueve, supuestamente originario de Tudela, con el objeto de burlar a la Inquisición francesa. Estratagema que dio resultado.
Si Miguel hubiera abandonado su actividad intelectual, puede que se hubiera salvado pero su personalidad le impedía dejar de escribir, lo que acabó ocasionándole la muerte en la hoguera. Trabajó en una imprenta y en 1535 acabó publicando y anotando por encargo la “Geografía” de Ptolomeo, dando muestras de sus amplios saberes. Allí, en Lyon, hizo buenas migas con el médico Symphorien Champier, que le influyó para que estudiara medicina en París.
Enseguida encontró dificultades en París por una serie de publicaciones en las que defendía la influencia de las estrellas en los eventos futuros y en las que criticaba a la medicina tradicional. Tras abandonar París y deambular por diversas localidades de Francia, acabó siendo el médico personal del obispo de Vienne de Isère, una localidad cercana a Lyon.
Continuó su relación epistolar con Calvino y en 1546 le envió nada más y nada menos que la primicia de su libro todavía inédito “Restitución del Cristianismo”. Era un libro básicamente teológico pero en el que también se describía la circulación menor de la sangre. En su réplica, Calvino le instó a leer su obra “Institución de la Religión Cristiana”. Servet no se conformó con leer el libro del que por aquel entonces era su amigo, sino que se vio con ánimos de hacer correcciones y escribir sus discrepancias teológicas en los márgenes. Calvino, que le prestó el libro no para conocer su opinión al respecto, sino para recibir felicitaciones; se irritó profundamente y le amenazó con que si se atrevía a pisar Ginebra “no saldría vivo de ella”.
En 1553 Servet publicó su libro “Restitución del Cristianismo” de manera anónima pero fue delatado por un calvinista, algunos piensan que a instancias de Calvino, descubriendo que el supuesto autor del libro, Michel Villenueve, era en realidad el hereje Miguel Servet. La Inquisición de Lyon lo arrestó y encarceló en Vienne, aunque consiguió escapar.
No sabemos por qué, pasó por Ginebra y allí fue descubierto en la iglesia en la que sermoneaba y adoctrinaba a sus fieles el mismísimo Calvino. Finalmente, lo apresaron, lo juzgaron por herejía y lo quemaron en la hoguera en 1553, tal y como el intolerante reformador le había advertido por carta años atrás.
Ya en el siglo XVI, su ejecución escandalizó a un gran número de pensadores. Hubo un antes y después de su muerte. Su asesinato dio pie a una discusión política sobre la tolerancia religiosa que ganó el bando defensor del libre pensamiento, que veía en Miguel Servet a un referente y mártir. Por todo ello, el aragonés se ha convertido en un símbolo y ha dado nombre a muchas calles, parques, plazas, hospitales, escuelas, etc. y se le han construido multitud de estatuas, no sólo en Aragón y en España, sino en todo el mundo.
Santiago Navascués Alcay
Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza