En este segundo artículo de la colección “Aragoneses en el Nuevo Mundo”, seguimos relatando cómo fue más un mito que una realidad el que los naturales de Aragón no pudieran acudir a las nuevas tierras descubiertas en América. Si en el primer artículo vimos una curiosa historia de un soldado de los tercios de origen aragonés en la Campaña de Salvador de Bahía en 1625, hoy vamos a hablar de la figura de Bernardo de Boyl.
Nació en la localidad oscense de Zaidín hacia los años 1440 y 1445, pueblo que por aquél entonces pertenecía al obispado de Lérida. Es por ello que realizó su formación eclesiástica y se ordenó en dicha diócesis, pero lejos de quedarse en la zona fue un hombre muy viajero para lo que se acostumbraba en la época. Muy pronto destacó por sus dotes organizativas y fue nombrado secretario del arzobispo de Zaragoza, Juan de Aragón, quien a su vez era hijo bastardo del rey Juan II de Aragón y Navarra. La experiencia que alcanzó en este puesto le valió para que el futuro Fernando el Católico, que por entonces aún era príncipe de Aragón y rey de Sicilia y Castilla, se fijara en él y le nombrara su secretario personal, ordenándole durante esos años numerosas misiones de muy diferente índole.
En 1476 fue enviado a Francia en misión diplomática para negociar la devolución a la Corona de Aragón de los condados del Rosellón y la Cerdaña, mientras que en 1479, el ya rey Fernando II le nombró comisario de guerra para la flota del almirante Bernat de Vilamari que fue enviada a Cerdeña a luchar contra el marqués de Oristán. También llegó a recibir encargos del mismo papado, como fue misión de introducir la orden de los mínimos en los reinos peninsulares, pasando a formar parte de esta orden y a ser nombrado su vicario general.
Sin embargo, la misión que más nos atañe para este artículo fue la que le llegó en el año 1493. Los Reyes Católicos estaban preparando la que sería la segunda expedición de Cristóbal Colón a las Indias, después de que este regresara de su primer viaje y anunciara a los cuatro vientos que había tocado tierra navegando hacia el oeste y de que había llegado a Asia –el hombre murió convencido de que las islas que había descubierto eran unos archipiélagos que precedían al continente asiático-. Colón habló de las riquezas que encontró, pero para convencer a su muy católica majestad Isabel hizo mucho hincapié en las gentes que allí vivían, que desconocían por completo la palabra de Dios y que por tanto había que volver allí para evangelizarles.
Los reyes decidieron que de ese tema no podía encargarse un laico, y que por lo tanto debían mandar a un religioso para que llevara a cabo tal misión así como para que controlaran que los hombres mandados allí se comportaran de la forma más cristiana posible. El rey Fernando nombró entonces al aragonés Bernardo de Boyl, que fue ordenado vicario apostólico tanto por los Reyes Católicos como por el papa Alejandro VI (el famoso papa Borgia). Esta segunda expedición a América partió el 25 de septiembre de 1493, pero no todo sería tan sencillo. En seguida Bernardo vio las dificultades que había para poder hacerse entender con las gentes que allí vivían, pues ni intentó aprender su lengua ni tampoco había mucho interés en que los llamados indios aprendieran la lengua castellana, más allá de para que recibieran órdenes para ponerlos a trabajar a su servicio. Algunas versiones también hablan de que los propios cristianos, una vez llegaban allí, se veían libres de las “ataduras” morales y religiosas que tenían en Europa así como del poder de los grandes señores, por lo que en muchas ocasiones actuaban con total libertad y desenfreno. También se ha llegado a apuntar que el propio Colón, que como almirante de la mar océana tenía la potestad de gobierno en todas las tierras que descubriera, no tenía muy a bien que el poder religioso que representaba Bernardo se inmiscuyese en su forma de hacer las cosas.
Así pues, finalmente Bernardo de Boyl decidió regresar a Europa, a donde arribó en diciembre de 1494, mostrando ante los reyes la imposibilidad por unas u otras razones de llevar a cabo la misión que le había sido encomendada y poniendo fin a la primera estancia de un aragonés en América.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza