JOSÉ BUENO: LA PIEDRA HECHA ARTE

En 26 de septiembre de 1884 nació en Zaragoza el escultor José Julio Bueno y Gimeno; José Bueno para los amigos. Cuando se habla de este magnífico escultor, muchas veces el nombre no le dice nada a la gente… Hasta que empiezas a hablar de algunas de sus obras, a lo que le sigue un “¡Aaaaaaah!”.

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Escultura a Alfonso I en el parque José Antonio Labordeta de Zaragoza

José se encaminó desde muy joven hacia el arte, estudiando en la Escuela de Artes Industriales de Zaragoza. Conocería entonces a un grande de la arquitectura contemporánea aragonesa, Ricardo Magdalena, quien dirigió con muy buen ojo a nuestro protagonista hacia el campo de la escultura. Acabó trasladándose para completar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, y ya en 1912 logró una pensión para pulir sus destrezas nada menos que en Roma. A su vuelta de Italia desarrolló su carrera profesional como profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, pero sobre todo llevó a cabo una muy abundante producción escultórica en Zaragoza, por lo general de tipo monumental.

Desde muy pronto se convirtió en uno de los escultores más solicitados para la realización de monumentos. En Zaragoza podemos destacar varios, como el que conmemora a los hermanos Argensola en la plaza San Pedro Nolasco, “La mujer dormida” en la confluencia entre los Paseos Constitución e Independencia, el busto al periodista Mariano de Cavia en la Plaza de Aragón junto a la Capitanía General,… Pero el que sin duda fue su gran proyecto escultórico y a la postre el más conocido fue el monumento al rey Alfonso I el Batallador, que desde el Cabezo de Buenavista hace ya casi un siglo que vigila el parque José Antonio Labordeta y a los transeúntes que por allí deciden pasear, hacer ejercicio o festejar con sus parejas.

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Cuadro de Francisco Pradilla en el que José Bueno se inspiró

En 1918 se cumplía el octavo centenario de la conquista de Zaragoza a los musulmanes por parte de Alfonso I, por lo que la ciudad decidió conmemorar tal efeméride levantando un gran monumento. Salió un concurso público y fue un joven José Bueno casi recién regresado de Roma quien acabó ganándolo. Presentó dos proyectos, uno que comprendía una gran escultura en bronce del rey aragonés montado a caballo y otro hecho en piedra, e inspirado en el famoso cuadro que Francisco Pradilla había pintado unos años antes en pleno apogeo del Romanticismo español. Como ya sabemos, acabó ganando el segundo. José realizó el modelado de la escultura, que finalmente fue de nada menos que seis metros y medio de altura, otro escultor hizo el vaciado en escayola, y otro lo esculpió en mármol de Carrara.

El pilar sobre el que se sustenta la escultura fue diseñado por Miguel Ángel Navarro, hijo de Félix Navarro (autor del Mercado Central), y el león de bronce que hay a sus pies fue fundido en Averly (la que entre unos cuantos se han dedicado a derribar, sí). El resultado es un gran monumento que ya es uno de los símbolos de la capital del Ebro.

José Bueno tuvo una larga carrera, aunque como en la vida de mucha gente, se vio muy marcada por la Guerra Civil, tras la cual se dedicó (apenas había mercado para otra cosa) a esculturas de tipo religioso, dejándonos algunas maravillas como el “Jesús atado a la columna”, todo un clásico de la Semana Santa zaragozana.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza