En 1610 el rey Felipe III –Felipe II de Aragón-, confirmó su decisión de expulsar a los moriscos del Reino de Aragón. Ya se venía haciendo desde el año anterior en los Reinos de Valencia y de Castilla. Pero, ¿quiénes eran estos moriscos?
Desde los tiempos de los Reyes Católicos y la conquista de Granada, la obsesión de la Monarquía Hispánica había sido la unificación religiosa de toda la población de sus diferentes Estados. El primer paso que se había dado en este sentido fue la expulsión de los judíos en 1492. Pero existía también una muy importante población islámica, sobre todo en la zona de Granada. En un principio, la corona prometió que estas gentes podrían conservar su religión y costumbres, pero desde el comienzo se llevaron a cabo fuertes políticas de catequesis para tratar de convertir en una sola generación a toda la población musulmana al cristianismo.
Las fuertes presiones en este sentido desde la corona, y el propio sentimiento de persecución de sus creencias, provocaron a comienzos del siglo XVI una rebelión musulmana, que terminó siendo aplacada. La consecuencia fue el decreto de conversión forzosa al cristianismo dictada por los Reyes Católicos en 1502. Los musulmanes tuvieron que bautizarse por imperativo legal, y desde entonces a este tipo de población conversa se les empezó a llamar moriscos.
Huelga decir que realmente la mayoría de los moriscos conservaron la religión islámica en secreto, y siguieron usando su lengua, costumbres, formas de vestir, de relacionarse, etc. Por lo tanto se vio que la política del Estado para asimilar a esta población seguía fracasando. Sin embargo, los crecientes conflictos internacionales ayudaron a que se siguiera optando por intentar su conversión verdadera, pues las arcas de la corona no podían permitirse un frente interno en caso de elegir la opción que algunos ya comenzaban a pedir en voz alta: expulsarlos a todos.
Ya a mitad de siglo con el reinado de Felipe II –Felipe I de Aragón-, la guerra con el Imperio Otomano se intensifica en el Mediterráneo, y se temía que en caso de desembarco turco en las costas españolas los moriscos les ayudarían en lugar de permanecer fieles a la corona. Es por ello por lo que comienza una mayor presión sobre ellos. En 1566, Felipe II prohibió el uso de la lengua árabe, así como de las costumbres y vestimentas morunas. Para los moriscos, esta fue la gota que colmó el vaso, comenzando la Rebelión de las Alpujarras (1568-1571), una verdadera guerra interna en las agrestes montañas granadinas. Tras ser sofocada la rebelión no se decidió acometer todavía la expulsión por falta de medios, pero sí que se les deportó a los diferentes Estados peninsulares de la Monarquía para así dividirlos. La mayor parte fueron a parar a los Reinos de Valencia y de Aragón.
La cuestión morisca siguió en el candelero, y la opción de la expulsión fue tomando cada vez mayor fuerza, y si no se acometió antes fue por las continuas guerras en Europa que no permitían dedicar tropas ni la flota de guerra para proceder a la expulsión.
No fue hasta los tiempos de Felipe III cuando se fueron logrando paces con los diferentes enemigos de la Monarquía Hispánica –Francia, Inglaterra, Holanda, etc.- Apenas un mes después de conseguir la paz total en abril de 1609, Felipe III decretó el comienzo de las expulsiones, pues ahora sí que se podía usar la flota de guerra para ello. Esto demuestra que la idea llevaba ya tomada desde mucho tiempo atrás.
El decreto llegó al Reino de Aragón en 1610, donde se calcula que vivían unos 70.000 moriscos –la segunda comunidad más importante sólo después de la del Reino de Valencia-. Suponían 1/6 parte de la población total de Aragón. Muchos de ellos vivían en las poblaciones de la ribera del Ebro y sus afluentes, viéndose algunas semidesiertas tras su marcha.
La expulsión tuvo duras consecuencias demográficas y económicas para el Reino de Aragón, sobre todo en determinadas regiones ribereñas, y supuso un importante empobrecimiento del reino en un momento en el que la Monarquía Hispánica se adentraba a un siglo de gran crisis económica y poblacional como lo fue el XVII. Todo ello sin mencionar las terribles consecuencias personales que acarreó a los moriscos el ser expulsados por la fuerza de la tierra de sus antepasados y desposeídos de sus bienes.
*Imagen perteneciente al cuadro «La expulsión de los moriscos», de Gabriel Puig Roda -1894-.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ de Zaragoza