La década de 1830 fue sin duda muy movida no sólo para el conjunto de España, sino más concretamente para Zaragoza, una ciudad que en buena parte del siglo XIX se convirtió en uno de los bastiones más importantes del liberalismo progresista en el país. De hecho, se puede decir que la capital del Ebro estuvo metida en casi todos los “saraos” revolucionarios que vivió España a lo largo de ese largo siglo. La década de 1830 comenzó fuerte, sobre todo a partir del año 1833, cuando a finales del mes de septiembre fallece el denostado rey Fernando VII, dejando en minoría de edad a una hija de poco más de 2 años, la reina Isabel II, que junto a su madre, la reina regente María Cristina, se acabó apoyando en los liberales para mantenerse en el trono frente a su tío, Carlos María Isidro de Borbón, que también reclamaba la corona y dio pie al inicio de la Primera Guerra Carlista (1833-1840).
Durante guerra Zaragoza vio prácticamente de todo. Desde un intento de motín carlista en el interior de la ciudad en 1834 para poner a la capital del lado del pretendiente “Carlos V” hasta un asalto nocturno en 1838 que derivó en la famosa Cincomarzada. Pero hubo más episodios de motines y violencia en la capital aragonesa en unos años que fueron de crispación social generalizada debido a ese contexto de guerra, la lucha entre los liberales y los absolutistas, pero también entre las distintas ramas de liberales que fueron surgiendo, unos más moderados y otros más radicales.
A lo largo del año 1835 se fueron produciendo focos de protestas por diferentes puntos del país contra el gobierno moderado de Martínez de la Rosa, como en Madrid o Málaga, pero al poco de ser sofocado este último conato, un nuevo foco prendería fuego en la otra punta del país: Zaragoza. El madrileño Bernardo Francés Caballero fue promovido años atrás al arzobispado de Zaragoza por el rey Fernando VII, distinguiéndose por mostrar públicamente sus ideas absolutistas y la defensa del Antiguo Régimen. Se mostró muy contrario al proceso de reformas liberales que se estaban viviendo, aunque estas fueran todavía muy tímidas, y de hecho también fue bastante tibia su reacción a la proclamación de Isabel II como reina. Muchos le acusaban de apoyar realmente al tío de la reina, Carlos María Isidro de Borbón, corriendo cada vez más los rumores de que el arzobispo de Zaragoza esperaba cualquier oportunidad para ponerse del lado carlista en cuando pudiera.

También estaba en contra de la Milicia Urbana, un cuerpo de ciudadanos armados que tenía la función de defender el orden público y que defendía el liberalismo. El arzobispo Bernardo Francés estaba tan en contra de esta milicia que les retiró las licencias para confesar y predicar a un capellán que formaba parte de la misma así como a un sacerdote al que se consideraba que era liberal. En un ambiente tan caldeado como el que había en esos momentos en la ciudad, se dio a conocer estas prohibiciones por parte del arzobispo, considerándolas como un ataque directo al liberalismo. En la tarde del viernes 3 de abril de 1835, delante del Café Gimeno, en el Coso, un fraile liberal llamado Crisóstomo Gasque, acompañado de varios paisanos, dio el grito de alarma y dispararon varios tiros al aire, bajando a continuación por la calle San Gil (la actual calle don Jaime), mientras una multitud se les fue uniendo a los gritos de “¡A palacio, a palacio!” y “¡Muera el arzobispo, muera el cabildo!”, congregándose toda esa gente llena de ira frente al palacio arzobispal, junto a la Seo de El Salvador.
El capitán general envió a varios soldados a tiempo para que montaran guardia ante el palacio, evitando así que este fuera asaltado y salvando de la ira popular al mismo arzobispo. Pero esa ira contenida desde hacía tiempo y que acababa de estallar buscó otras víctimas, convirtiéndose en todo un motín anticlerical que convirtió a los clérigos de tendencia política absolutista en enemigos a los que atacar. Así siguió aquella sangrienta jornada del 3 de abril de 1835, en la que la gente, al ver imposible asaltar el palacio, se marchó a asaltar el convento de la Victoria, junto al Coso. La jornada, tal y como relata el historiador Daniel Aquillué en su libro “Armas y votos”, acabó con 11 frailes muertos, otros 3 heridos y el incendio del convento de la Victoria. Todo ello sin que ni la Milicia ni el ejército hicieran nada más allá de salvar a un arzobispo que, unos días más tarde, fue desterrado de la ciudad por el capitán general y que se marchó al exilio en Francia, donde acabó muriendo años más tarde. ¿Llegó con esto la tranquilidad a Zaragoza? Ni mucho menos, pues semanas más tarde, a comienzos de julio de 1835, volvió a producirse un nuevo motín, pero esta vez más virulento incluso que el de abril.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza
BIBLIOGRAFÍA
- AQUILLUÉ DOMÍNGUEZ, Daniel; «Armas y votos. Politización y conflictividad política en España, 1833-1843«; Institución Fernando el Católico, 2020, Zaragoza pp. 44-48.