EL PRIMER SITIO DE ZARAGOZA

El 4 de agosto de 1808 se produjo el último asalto de los franceses en el primer sitio de Zaragoza, que resultó ser un fracaso para los asaltantes. Anticipó el ataque un continuó cañoneo de tres días que dejó en ruinas el casco histórico.

Los franceses creían que la toma de Zaragoza iba a ser un paseo por las escasas defensas de las que disponía la ciudad, pero con lo que no contaban era con la enconada resistencia de sus habitantes. Así pues, los zaragozanos obligaron a los franceses a sitiar la ciudad y a intentarlo casi todo para tomarla.

Pero esta heroica aventura comenzó tiempo atrás, el 15 de junio cuando el ejército francés, al mando de Lefèbvre, se presentó a las puertas de Zaragoza después de vencer fácilmente en los días previos a la avanzadilla española en Tudela, Mallén y Alagón.

El Capitán General de Aragón, José Palafox, abandonó la ciudad con el grueso de su ejército con la intención de buscar refuerzos, dejando a los zaragozanos con tan sólo un pequeño pelotón. Ante este panorama y viendo que las defensas de la ciudad eran un pequeño tapial, Lefèbvre juzgó que la victoria sería rápida y sin dar descanso a los hombres, les lanzó al ataque. Los cañones abrieron brechas en el tapial que iba de la Puerta del Carmen a la Puerta del Portillo y por ahí pretendían colarse los franceses en el interior de la ciudad. Sin embargo, cuando lo intentaron, los ciudadanos les recibieron con una lluvia de balas y artillería que llegaban de todas partes. El resultado fue que los franceses no pudieron entrar en la ciudad y perdieron 700 hombres.

En los días siguientes los franceses bombardearon intensamente la capital del Ebro, mientras intentaban cercarla para cortar las comunicaciones y dejarla incomunicada; con poco éxito, ya que no contaban con suficientes hombres para ello. Mientras tanto, los zaragozanos, comandados por Antonio Sangenís, que demostró ser un genio de la ingeniería militar, reforzaron con los pocos medios que tenían las defensas de la ciudad y llenaron Zaragoza de barricadas.

Lefèbvre fue relevado del mando el 25 de junio por un oficial de mayor rango, el general de división Jean Antoine Verdier, que llegó con numerosos refuerzos y se puso al mando del asedio. Los bombardeos se hicieron mucho más tenaces e insoportables durante estos días y cuando parecía que nada podía ir a peor para los zaragozanos, el 27 estalló, a causa de un cigarro, el polvorín donde se almacenaban las municiones de la ciudad, causando un gran destrozo en el barrio de la Magdalena. Los franceses intentaron aprovechar la ocasión y en una lucha feroz se hicieron con la zona de Torrero, situado a extramuros de la ciudad, aunque los ciudadanos consiguieron frenarles y que no atravesaran los muros.

Por fin llegó Palafox el 2 de julio con unos escasos refuerzos y no pudo llegar en mejor momento, pues instantes antes los franceses habían acometido un asalto general contra la ciudad, amenazando varias de sus puertas. Fue entonces cuando se produjo a la desesperada el acto heroico de Agustina de Aragón, que viendo como no quedaba ningún defensor en la puerta del Portillo, disparó un cañón contra la carga de los franceses. Estos, ignorando la situación, huyeron, dando tiempo a que llegaran refuerzos a la puerta y posibilitando que los zaragozanos resistieran una vez más a las intentonas de los franceses.

Los sitiadores intentaron entonces cercar la ciudad. Construyeron un puente de madera para cruzar el Ebro y hacerse con la mayor parte del Arrabal. En los próximos días volaron el puente del río Gallego, cortando la comunicación con Monzón y Lérida y cortaron la acequia del Rabal para arruinar a la huerta del lugar. Pero el cerco no terminó de cerrarse y por el Ebro continuó llegando un pequeño goteo de víveres y refuerzos.

En el mes de julio los sitiadores se propusieron tomar los barrios extramuros y para ello tuvieron que batallar encarnizadamente en cada casa, en cada habitación, esquina y balcón. Mientras estaban ocupados en estos menesteres, sus ingenieros y zapadores colocaron minas subterráneas, erigieron trincheras y acercaron sus baterías.

A principios del mes siguiente llegaron más refuerzos franceses, apoderándose los asaltantes de todos los barrios extramuros y estuvieron a punto de conseguir cercar la ciudad completamente. Para colmo de desgracias, los proyectiles franceses acertaron de lleno en el hospital que atendía a los heridos en la batalla, lo que fue un duro mazazo moral para los habitantes.

Y es entonces, tal día como hoy, el 4 de agosto, cuando tiene lugar la última ofensiva del ejército francés sobre la ciudad. La lucha fue encarnizada y los daños fueron muchos pero los defensores resistieron heroicamente el feroz ataque y causaron muchas bajas a los franceses, hasta el punto que el mismísimo general Verdier cayó gravemente herido y tuvo que ser reemplazado nuevamente por Lefèbvre.

Comandando el general Lefèbvre nuevamente a las tropas galas, Palafox consiguió abrirse hueco entre las huestes sitiadoras y volver con más víveres, refuerzos y noticias del resto del país, que no podían ser mejores, pues los ejércitos napoleónicos habían sido derrotados en la Batalla de Bailén. Ante el devenir de los acontecimientos en el resto de la nación, el oficial al mando de las fuerzas asaltantes estaba obligado a obrar con cautela. Los sitiadores ya no avanzaban posiciones, sino que las defendían a la vez que continuaban bombardeando la ciudad. Los zaragozanos sólo necesitaban un pequeño esfuerzo final para expulsar a los franceses y este se produjo el 8 de agosto, rompiendo el cerco, tras lanzar un contraataque sobre el Arrabal. Finalmente los franceses pusieron fin al primer sitio, retirándose la noche del 13 al 14 de agosto, no sin antes incendiar el convento de San Francisco y de volar el monasterio de Santa Engracia y el puente que habían construido para rodear la ciudad.

El ejército galo perdió en esta contienda entre 3.000 y 4.000 hombres, los españoles 2.000 pero Zaragoza quedó prácticamente arrasada y trágicamente, después de tanto esfuerzo, acabó siendo ocupada en un segundo sitio.

Santiago Navascués Alcay

Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza