El 18 de mayo del año 1103 murió Abd al-Malik ibn Hudayl ibn Razin, segundo rey de la Taifa de Sahla, más conocida como Albarracín. Muchas veces, fruto de nuestra propia cultura, nos centramos en la historia cristiana de Aragón y las famosas conquistas de Pedro I y sobre todo de Alfonso I, y de cómo el Reino de Aragón logró por fin bajar de los Pirineos para asentarse en el fértil valle del Ebro. Eso nos hace a veces perder de vista la riquísima historia de nuestra tierra en época islámica. Por eso hoy os hablamos de un pequeño reino, enclavado en la escarpada sierra de Albarracín, que durante prácticamente un siglo supo desafiar el gran poder de sus muy poderosos reinos vecinos; tanto musulmanes como cristianos.
A principios del siglo XI, terminado el gobierno del famoso caudillo andalusí Almanzor y de su hijo, el Califato de Córdoba, desprovisto al fin de una figura fuerte y aglutinante, se desmigaja. Aparecen los que se denominaron como primeros Reinos de Taifas. Las grandes familias de las más importantes ciudades de al-Andalus reclamaban para sí el título califal, pero incapaces de imponerse unos a otros acaban formando diferentes dinastías con sus respectivos reinos. Toledo, Sevilla, Granada, Zaragaza, Valencia,…, y Albarracín. Todas declararon su independencia unas de otras.
Remontémonos algo más atrás en el tiempo. Según los testimonios que nos han quedado, ciertos o no, el linaje norteafricano de los Banu Razín habría llegado a la Península Ibérica en el mismo año 711 acompañando a Táriq ibn Ziyãd, el general bereber que derrotó al ejército visigodo del rey don Rodrigo. Tras conquistar casi toda la península, los Banu Razín se asentaron en la corte de Córdoba, capital del emirato, pero con el tiempo acabaron logrando tierras en la actual zona de Albarracín y asentándose en ellas. Los Banu Razín –nombre del que proviene Albarracín-, protegidos por la orografía de su señorío, y en la misma tónica que llevaron las grandes capitales de las marcas fronterizas del norte –Badajoz, Toledo y Zaragoza-, no siempre aceptaron su sumisión al emirato y después califato cordobés, aunque nominalmente pertenecieron siempre a él. Pero hacia el año 1010, con la desintegración del Califato, Hudayl ibn Razín, señor de Sahla, acaba por consolidar la independencia de sus dominios, convirtiéndose entre 1012 y 1045 en el primer rey de la Taifa de Sahla. Estableció un reino que llegaba hasta Calamocha por el norte, Gúdar al este y la actual Teruel (que aún no existía entonces) por el sur.
Su territorio no contaba con muchos recursos y ni siquiera llegó a acuñar moneda propia, pero excavaciones arqueológicas han demostrado que la corte albarracinense quiso rodearse de la mayor fastuosidad posible, habiéndose encontrado incluso restos de porcelana china. A pesar de la falta de recursos, Hudayl supo hacer frente a sus poderosos vecinos. Desde el principio, la rica Taifa de Zaragoza quiso apoderarse de Albarracín, aunque nunca lo logró. También lindaba por el oeste con la poderosa Taifa de Toledo y hacia el sureste con los dominios de la ambicionada por todos Taifa de Valencia.
En 1045 Hudayl fue sucedido por Abd al-Malik, quien para mantener la independencia tuvo que pagar parias a Alfonso VI de Castilla. Sin embargo, en el año 1086 el ejército castellano fue totalmente destrozado por los almorávides en la Batalla de Zalaca, ante lo cual al-Malik se declaró en rebeldía y dejó de pagar tributos. No tardó en ser castigado, y entre 1090 y 1094 fue sometido de nuevo a tributos, pero esta vez por la mesnada de un tal Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid, que necesitaba de la mayor cantidad de dinero y hombres posible para lograr su gran objetivo; conquistar Valencia a los musulmanes. Al-Malik “colaboró” con el Cid durante esos años aunque siempre a regañadientes, hasta que finalmente cambió de bando y decidió apoyar a los almorávides para hacerse ellos con Valencia. No mucho tiempo después, el rey de Albarracín fue derrotado por el Cid, y aunque tuvo que huir logró mantener la independencia de su pequeño reino. Muere en 1103, siendo sucedido por Yahya Husam ad-Dawla, tercer, último y efímero rey de Albarracín, pues fue derrocado por el gobernador almorávide de Valencia en abril del año siguiente. Se puso así fin a la independencia política de esa pequeña población turolense que, contra todo pronóstico, los Banu Razín lograron mantener durante 92 años.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza