ROQUE JOAQUÍN ALCUBIERRE

Imaginaos un yacimiento arqueológico que recibe el tránsito de una media de 35.000 turistas al día. Ese es el caso de las ruinas de Pompeya, situadas en las inmediaciones de la actual Nápoles, en las faldas del callado, por el momento, volcán Vesubio. Lo que no imaginan  la mayoría de esos viajeros es que fue un zaragozano quien, en el siglo XVIII, desenterró aquellos restos. Nos referimos a  Roque Joaquín de Alcubierre, que murió el 14 de marzo de 1780. Muy pocos conocen el nombre de tan ilustre aragonés y sin embargo se trata, ni más ni menos, del que puede considerarse el padre de la arqueología, ya que fue el primero en desenterrar una ciudad antigua.

Ingresó en el ejército como voluntario del cuerpo de ingenieros militares, una vez alcanzó la madurez, después de estudiar en Zaragoza. En el transcurso de los trabajos de prospección de una finca del futuro Carlos III de España, que por aquel entonces era rey de Nápoles, halló los restos de la ciudad romana de Herculano. Tuvo que insistir al rey de manera persistente para que le permitiera realizar una excavación a gran escala del yacimiento. Una vez otorgado el permiso en 1738, tuvo que hacer frente a la escasez de medios materiales y humanos que le brindaba el monarca.

Encontró el teatro de la antigua Heculano y a continuación pinturas murales de algunas viviendas después de hacer frente a enormes adversidades. A partir de entonces los hallazgos fueron constantes. En 1748 comenzaron sus trabajos en Pompeya, que tenía la peculiaridad de preservar prácticamente intactos a los habitantes y estructuras de la ciudad, al ser sepultada y sus ocupantes petrificados por la erupción del Vesubio. Muchos de sus habitantes quedaron petrificados por las cenizas del volcán en su última postura instantes antes de morir. Es como si la erupción hubiera forzado a la ciudad a ser protagonista de un mannequin challenge eterno. Hasta entonces las excavaciones se hacían con el objeto de engordar con tesoros las colecciones privadas y estatales. Esta excavación revolucionó el mundo de la arqueología porque nunca antes se había contado con tanta información. De repente interesaba más el estudio que la recopilación de objetos lujosos.

En realidad la ciudad fue descubierta mucho antes, en el año 1550, por el arquitecto Fontana, cuando intentaba encauzar en un nuevo curso el río Sarno. Lo que ocurre es que se despreciaron los restos y hasta 150 años después no se intentó desenterrar ambas ciudades. Se daba por hecho que tanto Pompeya como Herculano eran irrecuperables. Fue Roque Joaquín de Alcubierre quien insistió en desenterrar ambos restos.
Sin él, puede que el objetivo de la arqueología, siguiera siendo actualmente, una búsqueda de tesoros antiguos y no el estudio del mundo antiguo. Por otra parte, tampoco es casualidad que coincidan en el tiempo los descubrimientos de Pompeya y Herculano y la aparición de un nuevo estilo artístico, el neoclasicismo, que en arquitectura se caracterizó por la vuelta a la sencillez de la arquitectura clásica. Los edificios de esta nueva corriente parecen templos totalmente griegos o romanos. De pronto, Europa y también Estados Unidos se llenaron de edificios de características similares a los edificios greco-latinos.

La repercusión de las excavaciones del aragonés fue enorme, tanto para la historia de la arqueología como para la historia del arte. En definitiva, lo que Roque Joaquín de Alcubierre hizo fue poner de moda la Antigüedad Clásica e inventar la arqueología moderna. Además, la calidad de las ruinas descubiertas permitió dar un salto de gigante en cuanto a los conocimientos que se disponían hasta entonces de la Antigüedad.

Todavía hoy en día, encontrarse con una nueva Pompeya o Herculano es el bonito sueño de cualquier arqueólogo, ya que lo mejor que le puede pasar es dar con una  ciudad abandonada por una catástrofe, bien sea por un incendio, asedio o guerra, o por un un cataclismo natural como pueda ser un terremoto u erupción volcánica. La razón es que una ciudad que con el paso del tiempo ha quedado despoblada por la emigración a otros núcleos poblacionales, dando tiempo a sus habitantes de llevarse tranquilamente todos sus bienes, aporta mucha menos información que una ciudad que ha quedado abandonada por una catástrofe. Esto se debe a que cuando ocurre una cataclismo y uno tiene que desprenderse rápidamente de su hogar, sale con lo puesto y prácticamente no se lleva nada. Este es el caso del yacimiento de Pompeya, donde los habitantes que no pudieron huir, como ya he señalado anteriormente, quedaron petrificados al depositarse las cenizas del volcán Vesubio sobre sus cuerpos muertos. Tras la erupción del Vesubio, la ciudad quedó totalmente sepultada. Es por ello que su grado de conservación es excepcional. Nos encontramos ante el yacimiento romano mejor conservado del mundo.

Santiago Navascués Alcay

Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza