LA BATALLA DE TERUEL

En el cielo manda Dios, en la tierra los gitanos y en los campos de Mansuetos, los cojones de Atilano.

Seguramente esta sería la copla más sonada el 8 de enero de 1938 en Teruel, copla que ensalzaba la legendaria puntería del imaginario artillero republicano Atilano, quien para demostrar su pericia, según cuenta el mito, disparó desde la lejanía a la columna que sostiene el torico turolense. Era un día de celebración para los republicanos, ya que por primera vez había caído en sus manos una capital de provincia del bando sublevado. Todo ello después de un mes de duros combates con un frío helador que entumecía hasta los huesos. Lo que no sabían es que sería la primera y última ciudad de la que se apoderarían, ni lo poco que iba a durar su ocupación, pues el ejército franquista iba a concentrar todas sus fuerzas en recuperarla.

Todo comenzó en diciembre de 1937. Si observáis el mapa, veréis como Aragón estaba dividido en dos,

Situación de España en diciembre de 1937
Situación de España en diciembre de 1937

como el ejército franquista se había hecho con el control de las capitales de provincia aragonesas y como se encontraba a las puertas de Madrid. Después de ocupar el norte peninsular, Franco pretendía concentrar todas sus energías en acceder desde Guadalajara a Madrid. Pero los republicanos tomaron la iniciativa y proyectaron su propia ofensiva intentando ocupar Teruel, que creían que por contar con escasas defensas sería fácil de tomar. Nada más lejos de la realidad.

El ejército republicano de Hernández Saravia se componía de 100.000 hombres, mientras el sublevado al mando del coronel Domingo Rey d’Harcourt estaba integrado por unos 4.000 defensores, de los cuales el 40% no eran militares. Además, los republicanos al controlar la industria textil de la nación, que se encontraba mayoritariamente en Cataluña, estaban mejor pertrechados para soportar las duras condiciones invernales. Estamos hablando de fuertes nevadas, ventiscas y temperaturas que rondaban los veinte grados bajo cero, situación muy parecida a la que tuvieron que soportar los nazis y la División Azul en el frente del este durante la Segunda Guerra Mundial. No fueron pocas las ocasiones en que las ventiscas impedían volar a los aviones y en las que las gélidas temperaturas congelaban los motores de los camiones y carros blindados, dejándolos inutilizados.

Evolución del Frente de Teruel
Evolución del Frente de Teruel

El 15 de diciembre comenzó la ofensiva republicana sin hacer uso de la artillería ni de la aviación para no descubrir sus propósitos. Así, por sorpresa, tomando totalmente desprevenido al ejército sublevado, el ejército republicano en sólo dos días cercó completamente Teruel. Después de esto, avanzaron rápidamente sobre la cresta de la Muela, situada al oeste de la ciudad y cuya posición era esencial para tomar la capital. Hacerse con esta plaza fue fácil porque el coronel Domingo Rey d’Harcourt desistió de mantener un perímetro defensivo alrededor de la urbe y decidió que la mejor manera de resistir a un ejército tan superior en número era dentro de la ciudad, defendiendo casa por casa.

Los defensores se acantonaron en el Gobierno Civil, el Banco de España, el Hotel Aragón, el Convento de Santa Clara y en el Seminario, donde la resistencia fue feroz. A pesar de que los republicanos evacuaron a la población civil para protegerla, se produjeron un gran número de bajas civiles en un asalto casa por casa, barriendo la artillería republicana cada edificio donde había resistencia franquista y llegando en ocasiones a producirse cargas de bayonetas en un combate cuerpo a cuerpo. Lo único que diferenciaba aquello del infierno eran las nieves y los carámbanos de hielo. El día de Navidad, salvo el Seminario y la Comandancia, había caído el resto de la ciudad.

Las tropas franquistas que estaban en los alrededores no lanzaron una contraofensiva para socorrer a los sitiados y romper el cerco republicano, hasta el 29 de diciembre. En el exterior de la ciudad, las tropas de los sublevados comandadas por el general Aranda intentaron apoderarse de la Muela, desde donde sería fácil cañonear a la ciudad. Pero los republicanos resistieron hasta que la visión se hizo prácticamente nula. El día 31 de diciembre y 1 de enero tuvieron que suspenderse, a consecuencia de la ventisca, los bombardeos aéreos de la Legión Cóndor que estaban machacando a los republicanos. El frío extremo paralizó las operaciones porque las carreteras y máquinas de guerra se helaron, quedando ambos ejércitos incomunicados con sus centros de abastecimiento. El día 2 el general Saravia voló el puente de Hierro para impedir que el ejército golpista acudiera en auxilio de los sitiados. Después de esto, los republicanos pudieron centrarse en reducir a los defensores del interior de la ciudad. Por fin, el día 8 se entregó el último baluarte de la resistencia que se encontraba en el Seminario, donde permanecieron hasta que se quedaron sin agua y medicamentos, con apenas víveres y municiones, entre escombros, en medio de un intenso frío. El coronel Domingo Rey d’Harcourt fue el único alto mando franquista que perdió una capital de provincia. Franco nunca se lo perdonó y lo condenó al olvido. De poco le valió resistir hasta la extenuación. No hubo ni una sola calle o plaza con su nombre, a diferencia de sus compañeros de armas. Fue fusilado por los republicanos en los últimos meses de la guerra cerca de la frontera con Francia y allí permanecieron sus restos por voluntad de Franco hasta 1972.

Una vez tomada la ciudad, los republicanos debían mantenerla y el ejército golpista recuperarla. De este modo, los sitiadores se convirtieron en sitiados. La ocupación de Teruel para los republicanos fue una inyección de moral y para los sublevados un jarro de agua fría. A pesar de ser una ciudad de poco valor estratégico, Franco no quería hacer concesiones al enemigo, abandonó por completo su plan de dirigirse a Madrid y concentró todas sus energías en recuperar la ciudad. No podía permitir que se prolongaran las esperanzas de los republicanos.

Esta vez el ejército sublevado estaba mejor preparado para las inclemencias del tiempo y el número de efectivos en ambos bandos era equiparable, lo que endureció todavía más la lucha. Hasta el 22 de febrero se produjeron todo tipo de combates en las inmediaciones de Teruel, incluso hubo una carga de caballería, una de las últimas de la historia. Se peleaba duramente por cada palmo del terreno y la moral estaba por los suelos en ambos bandos. Se llegó a un punto muerto, siendo un pulso entre ambos ejércitos y una batalla de desgaste en condiciones infrahumanas. Por suerte para los republicanos, contaban entre sus filas con Miguel Hernández, poeta de la Generación del 27, que se encargaba de mantener el ánimo de las tropas con sus arengas.

Sin embargo, todo esfuerzo fue inútil. La superioridad de la aviación de los sublevados jugó un papel decisivo en la victoria final y el 22 de febrero de 1938 Teruel volvió a caer en manos de las tropas franquistas. Aquí no hubo vítores, cantos y celebraciones de los vencedores, a diferencia de lo que ocurría en otras batallas ganadas. Ambos ejércitos sufrieron sobremanera en esta batalla pero en especial los republicanos, que después de desgastarse hasta lo inaguantable para ocupar la ciudad y resistir hasta la extenuación, tuvieron que abandonarla.

Santiago Navascués Alcay

Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza