El 28 de diciembre de 1934 murió de una neumonía en Reus el escultor aragonés Pablo Gargallo Catalán. A pesar de haber nacido en Maella (Zaragoza), vivió la mayor parte de su vida en Cataluña y en París. Siendo niño, emigró con su familia, que se dedicaba al trabajo de la herrería, a Barcelona. Allí trabajo en el taller de Eusebio Arnau, de quien fue aprendiz. En los años del cambio de siglo, Barcelona era un hervidero artístico, casi comparable a París. Antonio Gaudí había llenado la ciudad de edificios modernistas y en el café Els Quatre Gats se reunían artistas de gran renombre de todas las disciplinas, como Nonell, Manolo Hugué y, sobre todo, Pablo Picasso, con quien entabló una gran amistad. En estos años su obra escultórica se caracteriza por una mezcla de modernismo y de simplificación de las formas clásicas, destacando el conjunto escultórico del Palau de la Música.
En el año 1903 fue pensionado en París por la Academia de Bellas Artes, coincidiendo en la comuna de artistas Bateau-Lavoir con Max Jacob, Juan Gris y Picasso, cuya cabeza modeló en una escultura. En estos años, al igual que ocurrió con Picasso, quedó impresionado por el cubismo, que por aquel entonces era la última vanguardia artística. Hasta el punto, que tanto Picasso como Gargallo, se convirtieron en unos de los máximos representantes de esta vanguardia. Después de esta estancia en París, sus esculturas se vuelven planas, cúbicas y llenas de espacios huecos.
Hasta 1914 sus viajes a París fueron frecuentes, siempre con la intención de profundizar más en sus conocimientos sobre el cubismo. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) truncó sus planes. Tuvo que volver a Barcelona donde, debido a su precario estado de salud, abandonó momentáneamente su trabajo escultórico, dedicándose a la joyería y relieves de pequeño formato. En 1920 fue nombrado profesor de Escultura de la Escuela Técnica de Oficios Artísticos de la Mancomunidad de Cataluña. Sin embargo, en 1923, a causa de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, fue destituido y volvió a París, donde instaló permanentemente su estudio.

Es desde entonces hasta su muerte, cuando produce sus mejores obras, entre las que destaca el Gran Profeta de 1933. Un año después pretendía volver a Barcelona para su gran exposición en la Sala Parés. Pero una bronconeumonía fulminante acabaría con sus planes para siempre, muriendo en Reus a los 53 años de edad.
En París y Barcelona, así como en otras ciudades europeas, se han celebrado numerosas exposiciones de sus esculturas, mientras Aragón daba la espalda a su obra. Esto fue así hasta que en 1985 se inauguró en Zaragoza el Museo de Pablo Gargallo, ubicado en lo que en otros tiempos fue el palacio de Argillo.
Santiago Navascués Alcay
Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza