LA BODA DE LOS REYES CATÓLICOS

Un 19 de octubre del año 1469 se produjo en el palacio de los Vivero de Valladolid uno de los matrimonios que más trascendencia han tenido para la historia de la península ibérica; el de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que más adelante serían conocidos como los Reyes Católicos. Tenían 17 y 18 años respectivamente, unos jovenzuelos todavía (quizás no tanto para la media de edad de la época), y desde luego no lo tuvieron fácil.

Aunque es un dato relativamente desconocido, Fernando no siempre fue el heredero al trono de la de Aragón. No sería hasta 1461 y tras la muerte de su hermanastro Carlos de Viana, (fruto del primer matrimonio de Juan II de Aragón y Navarra) cuando el príncipe Fernando fue jurado como heredero en las Cortes de Calatayud de ese año.

Por su parte Isabel lo tuvo incluso mucho más complicado para alcanzar el trono castellano que, en justicia, no le pertenecía. Era hija de la portuguesa Isabel de Avis, quien fue la segunda esposa de Juan II de Castilla. Este ya había tenido un matrimonio antes que tuvo como fruto a Enrique IV de Trastámara, quien le sucedió en el trono. Por lo tanto, Isabel era hermanastra del monarca castellano. Estaba en la línea de sucesión, sí (aunque por delante estuvo su hermano Alfonso), pero durante varios años estuvo en el candelero de la corte el tema de que Enrique IV era incapaz de engendrar un heredero. Finalmente, y se dice que gracias a las artes de un galeno judío (los mejores en la época), la reina logró concebir, naciendo finalmente la princesa Juana, que fue jurada heredera de Castilla. Sin embargo, las malas lenguas incentivadas por parte de una nobleza que le interesaba tener monarcas débiles para poder controlar y adquirir así más poder, decían que Juana no era hija del rey, sino de uno de sus hombres de confianza, Beltrán de la Cueva. Fue así como a la pobre Juana se le acabó apodando como “la Beltraneja”, y así es como la conoce la historiografía actual.

Esto fue utilizado por nobles como el marqués de Villena, el arzobispo Carrillo y otros nobles que quisieron forzar el nombramiento como herederos primero a Alfonso y, tras su muerte, la de Isabel (la futura católica), creyendo que podrían controlarlos a su antojo. Durante años se produjo una larga guerra civil en Castilla entre los partidarios de Enrique IV y su hija Juana y los de Alfonso/Isabel, hasta que esta logró forzar el famoso Pacto de los Toros de Guisando (1468), en virtud del cual Isabel fue reconocida como heredera en detrimento de Juana (muy a pesar de su padre Enrique).

Sin embargo, los conflictos entre ambos bandos  continuaron, (Isabel comenzó ya desde entonces a considerar como derecho propio el heredar la corona y a no dejarse gobernar por sus hasta entonces “apoyos”), y Enrique IV dio por inválidos los acuerdos alcanzados mientras Isabel los consideraba en vigor. Lo que estaba claro era que Isabel necesitaba apoyos fuertes incluso fuera de Castilla, lo que llevó al acercamiento con la Corona de Aragón y Juan II, que por su parte buscaba apoyos externos en su doble lucha contra parte de la nobleza catalana y contra los franceses, que estaban logrando arrebatarle los condados del Rosellón y la Cerdaña.

Después de varias negociaciones se acordó que lo mejor era el casamiento de ambos príncipes. A pesar de que muchas veces se ha visto como un verdadero amor a primera vista realmente fue, como todos en aquella época, un matrimonio de conveniencia, aunque parece por algunas cartas personales que ambos se mandaron que con el tiempo surgió un profundo amor. Lo cierto es que Aragón buscaba el apoyo que lograría de Castilla en caso de que Isabel lograra ocupar el trono, mientras que esta tendría el apoyo de la corona aragonesa y del propio Fernando, que ya era un estratega político y militar consagrado, en su lucha por el trono castellano.

Pero incluso tuvieron dificultades para lograr oficiar la propia boda. En primer lugar, ambos eran Trastámara, y más concretamente primos segundos, lo que en principio exigía una bula papal para que se permitiera el matrimonio. Pero Enrique IV y sus apoyos querían impedir esta boda por todos los medios y presionaron fuertemente a Roma y a los legados papales para que esa bula nunca fuera dispensada. Sin embargo, Fernando e Isabel ya comenzaron a dar muestras de su posterior pragmatismo de cara a los asuntos de Estado, y ya que no llegaba dicho documento, decidieron falsificarlo (con el tiempo y ya logrado el poder, consiguieron que la bula fuera oficial).

Por otra parte, y en caso de que los esfuerzos diplomáticos no fructificaran, Enrique IV se esforzó en reforzar las fronteras entre Aragón y Castilla para que el propio Fernando no pudiera llegar a Valladolid para su propia boda. Este, que tenía que llegar como fuera, llegó a disfrazarse de mozo de mulas de unos mercaderes y a cruzar la frontera por algunos pasos más secundarios del río Jalón.

Finalmente se produjo el enlace y desde entonces se apoyaron mutuamente para lograr sus objetivos. A la muerte de Enrique IV en 1474 Isabel se proclamó reina de Castilla, mientras que parte de la nobleza ensalzó a Juana “la Beltraneja” y logró el apoyo de Portugal y Francia. Estalló entonces una guerra civil, pero gracias en buena medida al genio militar de Fernando, Isabel salió vencedora convirtiéndose, ahora ya sí, en reina de Castilla junto a su esposo, que tras varias disputas logró también una igual cuota de poder en el reino castellano y no ser un mero rey consorte. De hecho, en Castilla es considerado como Fernando V, ordinal que también se usa de forma tradicional para designar a los monarcas españoles.

Ambos monarcas lograron la unión dinástica (que no territorial) entre la Corona de Aragón y Castilla y pusieron las bases de la futura Monarquía Hispánica de los Habsburgo, el germen que con el tiempo acabó conformando la actual España. Un matrimonio que desde luego ha dado que hablar a los historiadores, ¿no os parece?

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza


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