El 7 de marzo de 1469 tuvieron lugar las Capitulaciones de Cervera (Lérida), donde entre otros asuntos se acordó el matrimonio de los futuros Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.
Un sector de la historiografía ha visto en este hecho el nacimiento del Estado Español. Nada más lejos de la realidad. Por aquella época hablar de España era como hoy en día hablar de Escandinavia. Por supuesto que existían los españoles y se les llamaba españoles o hispanos, igual que hoy en día se nombra a los escandinavos. Pero del mismo modo a lo que ocurre actualmente en la península Escandinava, que hay varios países (Noruega, Suecia y Finlandia); en ese momento existían en la península Ibérica varios Estados -la Corona de Aragón, la Corona de Castilla, el reino de Navarra y el reino nazarí de Granada-, cada uno con sus leyes y sus formas de gobierno. Todos estos Estados no pertenecían al pueblo, sino que pertenecían a un monarca y la unión del rey de Aragón en matrimonio con la reina de Castilla, no supuso la unificación de ambos territorios. Lo que significó este enlace fue que sus descendientes heredarían ambos reinos pero cada uno de estos Estados conservaría sus leyes y sistemas de gobierno diferentes. Implicaría únicamente que ambos territorios serían gobernados por la misma persona.
No es hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII con los Decretos de Nueva Planta en 1707 cuando se puede hablar del reino de España, porque es entonces cuando se aplican las leyes de la Corona de Castilla en la Corona de Aragón, uniformizándose el territorio bajo una misma legislación y gobierno.
Aragón, de hecho, fue una fuente de problemas para Fernando el Católico y sus herederos, los Austrias, pues querían gobernar el reino como si fuera Castilla, ya que allí el rey tenía poder absoluto, a diferencia de lo que ocurría en la Corona de Aragón, donde el monarca estaba sometido a las Cortes y entre otras cosas, para recaudar impuestos tenía que convocarlas, exigiéndole estas cada vez que las convocaba una reparación de agravios.
No sólo eso, sino que si ambos territorios quedaron unidos bajo unos mismos reyes se debió más a un producto del azar que al matrimonio de los Reyes Católicos. Fernando II podía gobernar en Castilla porque estaba casado con Isabel I de Castilla e Isabel era mujer. Sin embargo, esta no podía reinar en la Corona de Aragón. Dicho de otro modo, en Castilla podían gobernar Isabel y Fernando porque la propietaria del reino era mujer pero, Aragón sólo podía ser administrado por Fernando, ya que el poseedor del reino era varón. En el momento en que falleció Isabel en 1504, Fernando II ya no podía hacerse cargo de Castilla, debido a que no era el dueño del reino. Sólo gobernó Castilla por estar casado con su propietaria. El derecho de reinar en Castilla correspondía a sus hijos con Isabel, en concreto a Juana la Loca, casada con Felipe el Hermoso, heredero de Flandes y Austria. Ambos tuvieron un hijo, llamado Carlos, que era beneficiario de Castilla por parte de madre y de Flandes y Austria por parte de padre.
A la muerte de Isabel fueron reyes de Castilla Juana la Loca y Felipe el Hermoso, siendo Fernando el Católico únicamente rey de la Corona de Aragón. Este se casó por segunda vez e intentó tener hijos. Si hubiera tenido éxito, Carlos nunca hubiera heredado Aragón. El azar quiso que Felipe el Hermoso muriera muy pronto y que Fernando II de Aragón no tuviera más descendencia. Al fallecer pronto Felipe el Hermoso y al ser declarada Juana la Loca incapacitada para gobernar por sus problemas de salud mental, al que le tocaba en suerte ser rey de Castilla era a su hijo Carlos pero no tenía la edad, así que fue regente su abuelo Fernando II, rey de Aragón. El futuro emperador Carlos V (Carlos I de Castilla y Aragón) heredó de su madre Juana la Loca el reino de Castilla, de su padre Austria y Flandes y de su abuelo, puesto que no tuvo hijos con su segundo matrimonio, la Corona de Aragón.
Santiago Navascués Alcay
Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza