MARCIAL, POETA BILBILITANO

Mientras tú quizás andas de aquí para allá sin descanso, Juvenal, por la bulliciosa Subura o te pateas el monte de la soberana Diana; mientras de puerta en puerta de los poderosos te hace aire la toga que hace sudar y, en tu vagar, el Celio mayor y menor te fatigan, a mí, después de muchos diciembres reencontrada, me ha acogido y me ha hecho un campesino mi Bílbilis, orgullosa de su oro y de su hierro. Aquí cultivo perezoso con un trabajo agradable el Boterdo y la Plátea —las tierras celtíberas tienen estos nombres demasiado rudos—, disfruto de un sueño profundo e interminable, que a menudo no lo rompe ni la hora tercia, y ahora me recupero de todo lo que había velado durante tres decenios. No sé nada de la toga, sino que, cuando lo pido, me dan de un sillón roto el vestido más a mano. Al levantarme, me recibe un hogar alimentado por un buen montón de leña del vecino carrascal y al que mi cortijera rodea de multitud de ollas. Detrás llega el cazador, pero uno que tú querrías tener en un rincón del bosque. A los esclavos les da sus raciones y les ruega que se corten sus largos cabellos el cortijero, sin un pelo. Así me gusta vivir, así morir.

Estas fueron las palabras, tras regresar a su tierra natal, de Marcial, poeta bilbilitano (Calatayud), que nació el 1 de marzo del 40 d.C. En estos cálidos y afectuosos versos despreciaba el ajetreo de Roma y ensalzaba su sencilla vida en Bílbilis. Y es que Marcial sabía ser lisonjero y adulador cuando debía de serlo.
Muchas veces no somos conscientes de que prácticamente no hay nada nuevo bajo el sol. Digo esto porque en tiempos de romanos no existían los populares programas televisivos, aquellos despreciados con la etiqueta de telebasura, en los que se despelleja vivo a todo el personal pero, tenían a Marcial. Este fue un poeta vividor que despreciaba a los abstemios, experto en vivir del cuento, al igual que muchos personajes actuales de programas rosas, y de cuyas críticas mordaces nadie escapaba. Marcial no tenía piedad con persona alguna. Eran blancos de sus ácidos comentarios: afeminados, taberneros que servían mal vino, anfitriones que ofrecían mala bebida a sus invitados, mujeres de mala reputación, poetas rivales, gente que presumía de riquezas que realmente no poseían, médicos a los que consideraba matasanos, gente que se casaba por interés, gente que no sabía vestir, borrachos, gente que tenía mal gusto y un largo etcétera. Sus víctimas recibían toda clase de improperios, desde avaros y malolientes, hasta pervertidos, feos, putas, etc., siempre eso sí, de manera poética, con estrofas de unas pocas líneas, que él mismo llamaba Epigramas.
No obstante, también sabía crearse su ejército de fans que le financiaban, que cumplían la función de mecenazgo y que le ayudaban a vivir del cuento. Combinaba la crítica de personajes despreciados por muchos con el halago y zalamería a personajes poderosos. Es por ello que honró hasta la exacerbación a los emperadores Tito y Domiciano, y quizás por eso mismo también que se deshizo en elogios a los bilbilitanos cuando regresó, tras vivir 35 años en Roma, a la tierra que le vio nacer.

Finalmente, murió pobre en su ciudad de origen, donde una admiradora viuda le obsequió con una propiedad en el campo, viviendo allí sus últimos años. Sin embargo, aunque Marcial fuera un adulador profesional e interesado, parece que sus sentimientos acerca de su patria nativa, eran ciertos, ya que estando en Roma, antes de regresar a Bílbilis, escribió de su ciudad las siguientes palabras:

A mí, nacido de celtas e íberos,
no me avergüence poner en versos agradables
los nombres más rudos de mi tierra:
Bílbilis, la mejor en el cruel metal,
superior al de los cálibes y nóricos;
Plátea que resuena con su hierro,
rodeada por el Jalón, que da temple a las armas.

Al fin y al cabo,  el interés personal no tiene por que estar reñido con el amor por el oriundo terruño al que se pertenece.

Santiago Navascués Alcay

Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza