LA PASIÓN DE SANTA ENGRACIA

En la hagiografía de Engracia se nos narra que la mártir era de Bracara Augusta -actual Braga, Portugal– yque fue dada para el matrimonio por su padre a un hombre poderoso de la Galia Narbonense -provincia romana situada en el sur de Francia-. Engracia salió de Bracara Augusta acompañada de un séquito de 17 hombres y una dama llamada Julia. De camino a la Galia Narbonense, pasó por Caesaraugusta -actual Zaragoza-, donde tuvo lugar su martirio. La santa murió víctima de la persecución decretada por el emperador Diocleciano en el año 303. Cuando Engracia llegó a Caesaragusta fue puesta en marcha la persecución contra los cristianos decretada por el emperador. Fue entonces cuando la santa intercedió por los cristianos ante los tribunales romanos. El gobernador de la ciudad, Daciano, personaje de dudosa historicidad, había ejecutado a tres sacerdotes y Engracia se presentó ante él discutiéndole su actuación. Éste, nada más verla, quedó prendado por su belleza, se enamoró de ella y la requería sexualmente, además de exigir su renuncia a la fe cristiana. Ella se negó, por lo que Daciano montó en cólera, ejecutó a todo su séquito y a continuación comenzó el martirio de Santa Engracia.
La pasión comenzó con la flagelación de la santa, siendo posteriormente arrastrada por caballos por toda la ciudad. Después de esto, fue llevada a la cárcel mientras Daciano pensaba en cómo seguir torturándola. Luego la colocaron en una cruz de aspa, arañándole con uñas de hierro y arrancándole el hígado; también le amputaron el pecho izquierdo, dejando al descubierto su corazón. De nuevo, la llevaron a la cárcel, aunque le negaron la decapitación. Finalmente le clavaron un clavo en la frente, lo que le causó, por fin, la muerte.
Hasta aquí la leyenda. Se considera que la dama Julia fue añadida al séquito de 17 hombres porque el hecho de que una santa fuera acompañada por tantos varones podría ser interpretado morbosamente. También se piensa que la historia del clavo fue un añadido inventado en la Baja Edad Media -siglos XIV y XV-. Hay que tener en cuenta que a partir del siglo XII se recuperaron los escritos del médico romano Galeno, que decía que el hígado, el corazón y el cerebro son los órganos más importantes. En concordancia con esto, mataron a la santa una vez destruyeron estos tres órganos.
EL CULTO DE SANTA ENGRACIA
Santa Engracia fue la santa principal a la que se encomendaban los zaragozanos durante toda la Edad Media, y no la Virgen del Pilar o Santa María del Pilar, como se la conocía entonces. Su tumba y la de su séquito fueron objeto de veneración y motivo de peregrinaciones. En el lugar donde estaba ubicado dicho enterramiento se levantó un templo cristiano conocido como Monasterio de las Santas Masas, o bien, Santa María de las Santas Masas, que en la era tardo-romana y, más concretamente, en los tiempos de los visigodos se reafirmó como tal. Parece ser que a inicios de la Edad Media los benedictinos fueron los encargados de velar por su cuidado. En el siglo VIII de nuestra era, según nos relatan Zurita y Blancas -cronistas aragoneses-, el templo era un importante foco de cultura, conocido como Basílica de los Dieciocho Mártires, que vio la intensa actividad de los obispos zaragozanos Juan y Máximo, albergando entre sus muros y celdas las producciones del mismísimo San Braulio, perteneciente a la élite cultural del reino visigodo.
Perduró en el tiempo como iglesia cristiana durante la ocupación musulmana y tenemos noticias de que el obispo cesaraugustano Paterno en esa época transfirió en 1063, en el concilio de Jaca, el monasterio a la jurisdicción de la sede de Huesca, antes de que Zaragoza fuera conquistada por el reino de Aragón. No obstante, el monasterio cobra protagonismo en los últimos años de la Edad Media. En el siglo XV el arzobispo zaragozano Dalmau de Mur impulsó una importante remodelación. En este mismo siglo el monarca Juan II de Aragón enfermó de cataratas y acudió devotamente y arrodillado ante el clavo de la santa, creyendo curarse por mediación de la misma. Como muestra de agradecimiento promovió una nueva edificación del santuario. Indudablemente su curación se debió más a la pericia de su médico judío Cresques Abiatar, que a la intercesión de Santa Engracia, pero la fe es la fe. No pudo cumplir sus deseos porque estrecheces económicas le impidieron continuar con el proyecto, que traspasó en 1468 a su hijo y heredero, Fernando II el Católico. Este a comienzos del siglo XVI culminó la obra que no pudo ver terminada su padre, convirtiendo al monasterio en escaparate y modelo nacional de la mejor arquitectura plateresca.
UNA PORTADA SINGULAR

Esta es la portada de la iglesia de Santa Engracia donde aparecen esculpidos los Reyes Católicos. Si observáis detenidamente la imagen, veréis que hay tres pisos. En el piso inferior se encuentra la puerta, flanqueada por un arco en el que aparecen las cabezas de todos los santos mártires enterrados en el lugar. En el segundo piso hay tres hornacinas que contienen diferentes figuras; a la izquierda tenemos retratado escultóricamente a Fernando el Católico, en la hornacina central aparece la Virgen María y en la de la derecha, Isabel la Católica. Por último, en el piso superior está representado el Calvario. Lo que destaca de este conjunto escultórico es la representación en la portada de los Reyes Católicos porque no es muy común la representación de monarcas en las portadas de iglesias o catedrales, que como mucho solían tener una capilla en el interior donde eran enterrados.


En estas imágenes podemos ver las estatuas de los emperadores Constantino y Carlomagno, situadas a la entrada de la Basílica de San Pedro Vaticano. Ambos tenían la dignidad de emperadores, un cargo mucho mayor que el de reyes. Es una tradición que arranca en tiempos del emperador Augusto cuando colocó una estatua de su padre Julio César en la entrada del templo del divino Julio César. Sólo los emperadores romanos, amos del mundo entero conocido, tenían el privilegio de, al morir, ser considerados dioses y tener templos en su honor con su estatua en la entrada.
A pesar de esto, Fernando II de Aragón no fue el único rey europeo en representarse en la portada de una iglesia, pero cierto es que no era nada común y sin duda alguna era un acto de arrogancia suma. Lo importante del hecho es que no eligió la iglesia de Santa María del Pilar -como se llamaba por aquel entonces a la actual Basílica del Pilar– para tal acto de altanería, sino que eligió la iglesia de Santa Engracia, pues su padre fue a ver a esta misma santa, y no a Santa María del Pilar, para curarse de cataratas. Además, intelectuales de la época del Reino de Aragón se enfrascaron en discusiones bastante subidas de tono con sus iguales del Reino de Portugal por la verdadera patria de Santa Engracia. Los portugueses defendían que, puesto que nació en Bracara Augusta, era portuguesa; y los aragoneses decían que los santos tenían dos patrias: una era la de su nacimiento, y otra, más importante, la patria en que morían. Por lo tanto, Santa Engracia era zaragozana.
EL CULTO A LA VIRGEN DEL PILAR
Vayamos ahora con la Virgen del Pilar. Cuenta la tradición que el 2 de enero del año 40 d.C. la Virgen María se apareció a Santiago el Mayor en Caesaraugusta. María llegó a Zaragoza «en carne mortal» -antes de su asunción- y como testimonio de su visita habría dejado una columna de jaspe conocida popularmente como “el Pilar”. Se dice que la capilla más primitiva levantada en su honor a la vega del Ebro, lo fue por obra de Santiago y los siete primeros cristianos de la ciudad. Por consiguiente os estaréis preguntando: ¿por qué se celebran las fiestas del Pilar el 12 de octubre y no el 2 de enero, que es cuando supuestamente tuvo lugar la venida de la Virgen? Lo contestaremos más adelante.
En época tardo-romana se construyó una capilla a la Virgen a orillas del Ebro que sobrevivió a la dominación musulmana. Cuando Alfonso el Batallador reconquistó Zaragoza en 1118 a los musulmanes, se construyó un templo románico en el lugar donde estaba aquella capilla que, al parecer, se encontraba en un estado lamentable. No es casualidad que en esta época se decidiera construir a Santa María la Mayor -como se llamaba por aquel entonces a la Virgen del Pilar– un templo de mayores dimensiones, para lo que fue necesario financiación internacional, puesto que en aquel lugar la Virgen se le había aparecido al apóstol Santiago, el apóstol de la Reconquista que se apareció en la batalla de Clavijo contra los musulmanes, pasando desde entonces a ser denominado Santiago Matamoros. Dicho de otro modo, la Virgen del Pilar se asociaba al apóstol Santiago, patrón de la Reconquista junto con San Jorge que se apareció en la batalla de Alcoraz, así que no es de extrañar que el momento en el que se le construyera un templo románico, fuera recién reconquistada la ciudad. Su estructura fue dañada por una fuerte riada y a finales del siglo XIII se inició su restauración en estilo gótico-mudéjar.
Según los testimonios de aquella época, la primera esposa de Juan II el Grande de Aragón, Doña Blanca de Navarra, en el año 1434 visitó el templo como muestra de gratitud, después de experimentar una curación que ella consideró milagrosa y que se debía a la intercesión de la Virgen del Pilar. Entonces se impulsó su culto, algo normal, si recordamos que en la Baja Edad Media, se potencia en toda Europa el culto a las Vírgenes, siendo la Virgen María el santo más poderoso por ser la madre de Dios.
No obstante, no fue hasta el siglo XVII cuando se le declaró patrona de Zaragoza, a pesar de la popularidad de Santa Engracia.
Vayamos ahora al suceso acaecido al mendigo Miguel Pellicer, nacido en Calanda. A esta persona se le atribuye el hecho de que le fuera restituida la pierna, que le fue amputada en octubre de 1637. Esto ocurrió el 29 de marzo de 1640 y fue proclamado como milagro el 27 de abril de 1641 por el arzobispo Pedro Apaolaza Ramírez, tras un proceso en el que intervinieron tres jueces civiles y fueron interrogados veinticinco testigos. Ese mismo año, el rey Felipe IV –Felipe III de Aragón– mandó traer a palacio a Miguel Pellicer y, arrodillándose ante él, le besó la pierna. Este hecho prodigioso determinó que en 1642 la Virgen del Pilar se convirtiera en co-patrona de Zaragoza, junto a San Valero.
La devoción a la Virgen del Pilar se propagó rápidamente por toda la península. El virrey Pedro Antonio de Aragón, en ausencia del rey Carlos II, convocó Cortes en 1678 para reconocer como patrona de Aragón a la Virgen. Es también en este siglo, sobre el templo gótico, cuando se inicia la construcción de la basílica barroca del Pilar que conocemos hoy en día.
El Concejo -ayuntamiento- de Zaragoza, el 10 de octubre de 1613, decidió que el día 12 de aquel mes fuera día festivo para siempre. Por ello, finalmente, el Papa Clemente XII aceptó en el siglo XVIII el 12 de octubre como fecha para la celebración de la «festividad de la Virgen María aparecida en carne mortal», a pesar de que la Virgen se apareciera el 2 de enero y no el 12 de octubre.
Pero ¿todo esto era simplemente la oficialización de la religiosidad popular que desde finales de la Edad Media en toda Europa se decantaba más por el culto a las Vírgenes que por el de otras santidades -y Zaragoza no sería una excepción-, o más bien era algo orquestado desde arriba? Claramente fue el Concejo de Zaragoza el que declaró a la Virgen del Pilar patrona de la ciudad, tras el milagro de Calanda y el que daba fiesta el día 12 de octubre, originando así las fiestas del Pilar; y fue el virrey de Aragón el que propuso en las Cortes declararla patrona de Aragón. El siglo XVII fue el gran momento de la Contrarreforma, que surgió como reacción a la Reforma protestante en la centuria anterior. Es uno de los siglos de mayor beligerancia en la Iglesia y uno en los que más milagros se produjeron, sobre todo de la Virgen María, continuándose con la potenciación del culto a la Virgen, algo que se venía haciendo desde la Baja Edad Media.
Es posible que en el siglo XVII aumentara el culto a la Virgen del Pilar, dado el contexto histórico, social y religioso en el que nos encontramos, pero que los zaragozanos olvidaran a Santa Engracia y decidieran que la Virgen del Pilar fuera su patrona, parece algo un tanto artificial. Transferir honores de un santo a otro es un asunto muy delicado porque ese santo deshonrado y suplantado podría ofenderse y ningún fervoroso creyente querría ofender a la santa objeto de mayor veneración en su ciudad, dando mayor distinción a otra santidad, sobre todo por miedo a las represalias de la santa ofendida.
Santiago Navascués Alcay
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza.