
El fin de semana del 24 al 26 de junio se celebraron en Calatayud, un año más, las Alfonsadas, que son organizadas por la Asociación Medieval Alfonso I el Batallador. Se trata de una celebración plenamente consolidada, como demuestra que es ya su undécima edición, y que ha recibido la denominación de fiesta de interés turístico de Aragón, además de haber sido aceptado su ingreso en la Asociación Española de Fiestas y Recreaciones Históricas. Sin duda, la historia está de moda, y eventos como este lo demuestran, siendo ya muy diversas las recreaciones históricas que se llevan a cabo en nuestro territorio.
La dirección de Historia de Aragón no se lo quiso perder, y allí acudió el pasado 24 de junio para presenciar in situ dicha celebración, como algunos quizás pudisteis ver en nuestras redes sociales, en las que fuimos colgando varias fotos y comentarios a lo largo del día. Es posible que algunos de nuestros lectores estén pensando, “pero, ¿qué son las Alfonsadas y qué celebran?”. Así que, para explicarlo, viajemos un poco atrás en el tiempo.
Estamos en la primavera, ya casi verano, del año 1120. El rey Alfonso I el Batallador reina en Aragón, y sus ejércitos están plantados frente a la ciudad musulmana de Calatayud, a la que están poniendo sitio. El rey Alfonso, uno de los grandes militares del medievo hispano, lleva años de campañas en los que prácticamente ha triplicado los dominios de su reino. Apenas dos años antes, en 1118, logró conquistar Saraqusta (Zaragoza), una de las mayores urbes de Al-Andalus, con lo que por fin los aragoneses lograron sobrepasar la barrera que suponía el valle del Ebro. Tras Saraqusta, las ciudades islámicas de la zona fueron cayendo una a una, y en 1120 le tocaba el turno a Calatayud, ciudad estratégica que aseguraba el dominio de esa zona del Sistema Ibérico y del valle del Jalón, una de las puertas desde Castilla hacia el Ebro. Pero no lo iba a tener tan fácil.
Los almorávides, una secta islámica muy rigorista que había logrado conformar un enorme imperio en el norte del África, llegaron a Al-Andalus en 1086 tras la petición de ayuda de los diferentes reinos de taifas, que se veían amenazados tras la caída de Toledo en manos de los castellanos. Los almorávides frenaron temporalmente el avance cristiano, pero también reunificaron Al-Andalus eliminando a esos reyes taifales, que a sus ojos eran débiles y solo debilitaban al islam.
La caída de Saraqusta, la legendaria Medina Albaida (ciudad blanca) de los poemas andalusíes, supuso un durísimo golpe en la conciencia musulmana y, al poco de caer, los almorávides comenzaron a reclutar un enorme ejercito con el objetivo de recuperarla, frenar a Alfonso de Aragón e incluso aplastar a los peligrosos cristianos. Volvemos al año 1120, con el rey aragonés sitiando Calatayud. En junio, recibe la noticia de que por fin, ese gran ejército almorávide, al mando del general Ibrahim Ibn Yusuf, avanza hacia sus posiciones y amenaza con derruir todas sus conquistas. Las huestes del Batallador avanzan a su encuentro, y finalmente se sitúan frente a frente en las cercanías de Calamocha, enfrentándose en la Batalla de Cutanda el 17 de junio de 1120. Fue una de las batallas más decisivas del medievo peninsular, quedando durante siglos en el imaginario colectivo, y la victoria fue a parar de forma clara a manos de Alfonso. Ya sin oposición, los aragoneses vuelven ante los muros de Calatayud, y el gobernador almorávide, viendo la imposibilidad de recibir cualquier tipo de ayuda, rinde la ciudad justo una semana después de la batalla, el día 24 de junio de 1120. Poco después caería también Daroca, cerrando ese cinturón defensivo que formaban entre ambas por el flanco suroeste del Reino de Aragón.

Desde hace once años es lo que las Alfonsadas de Calatayud celebran: la conquista de la ciudad por parte de Alfonso I a los musulmanes. Una recreación que sin duda nos transporta a pleno siglo XII gracias a los organizadores y también a los bilbilitanos y foráneos que visitan durante esos días la ciudad. Numerosa gente va vestida a la usanza de la época, como pudimos comprobar, ayudando a generar un gran ambiente. Musulmanes, cristianos y también judíos, rememorando el crisol de culturas que convivieron, con mayor o menor fortuna, en los reinos peninsulares.
Durante la tarde pudimos visitar el mercado medieval, situado en la Plaza del Mercado y en todas las calles adyacentes, donde era frecuente encontrarse con espectáculos musicales, de baile, o talleres de danza y artesanía. No nos quisimos perder tampoco, después de un pequeño paseo, las vistas que de Calatayud se ven desde lo más alto del Castillo Mayor o de Ayub, que dio nombre a la ciudad, y que se impone desde las alturas como testigo excepcional del devenir histórico bilbilitano.

Al atardecer, nos esperaba el plato fuerte.: una recreación con actores en la Plaza del Mercado sobre la rendición de la ciudad, así como la entrada de las tropas aragonesas, en la que diferentes personajes relataban, quizás, algunos de los pensamientos que tendrían en la cabeza los protagonistas que realmente vivieron este acontecimiento. A lo largo del fin de semana también se llevaron a cabo otras recreaciones, como la ceremonia de la entrega de las llaves de la ciudad por parte del gobernador al conquistador victorioso.
Se trata sin duda de una celebración muy recomendable y de un importante carácter divulgativo para todos los públicos, y que nos ayuda a acercarnos de una forma divertida y amena a una pequeña parte de nuestra historia. Nosotros, desde luego, recomendamos la experiencia.
Sergio Martinez Gil
Licenciado en Historia por la Univ. de Zaragoza