El 5 de febrero del año 1129 el rey Alfonso I el Batallador concedió a la ciudad de Zaragoza uno de sus fueros más importantes. Las grandes conquistas que hizo Alfonso I durante su reinado son de sobra conocidas, y es que no en vano se conoce a este monarca con el apelativo de “el Batallador”. Durante los treinta años en los que ocupó el trono, el reino de Aragón duplicó su territorio al conquistar a los musulmanes todo el valle medio del Ebro e incluso dominar otras regiones, como buena parte de la actual provincia de Soria. Pero tan importante era la propia conquista como el conseguir que viviera gente en las poblaciones que se iban ocupando. Y es que después de conquistarlas, muchas veces una gran parte de la población musulmana se marchaba, ya fuera por la fuerza o porque preferían dejar la tierra de sus ancestros y en la que habían nacido y vivido para poder seguir con sus vidas en otro lugar, pero manteniendo sus costumbres y religión.
Pero claro, de poco sirve conquistar grandes territorios si luego no queda gente suficiente, fuera de la religión que fuera, para vivir en los pueblos y ciudades, trabajar, pagar impuestos y defender la tierra conquistada. Por eso era muy común que el monarca de turno concediera una serie de fueros o privilegios para que la gente acudiera a vivir a esas zonas recién conquistadas que además había que añadir que, al ser nuevas tierras de frontera, estas podían ser muy peligrosas. Un claro ejemplo es el caso de la localidad zaragozana de Ejea. Conquistada por Alfonso I en el año 1105, la escasa población con la que se encontraba una posición que se volvió clave para el control de las actuales Cinco Villas y como punta de lanza hacia el valle del Ebro en esa zona, hizo que el monarca tomara medidas excepcionales para repoblarla. Así es como concedió el fuero de Ejea, el cuál concedía una serie de privilegios como que todos aquellos que fueran a vivir allí pasaban automáticamente a tener la consideración de “caballeros”, algo que hoy en día seguimos viendo en el propio nombre de la localidad.
Pero sin duda, su conquista más importante fue la de Zaragoza en el año 1118 tras un largo asedio de varios meses y que estuvo a punto de fracasar en varias ocasiones. Era la ciudad más importante y poblada del valle medio del Ebro, y que daba acceso a seguir conquistando al sur de la cuenca de un río que durante siglos había constituido una barrera insalvable para los cristianos. Sin embargo, muchos de sus habitantes se marcharon de la ciudad, pues parte de las condiciones de la rendición musulmana consistían en permitir a la gente marcharse en paz si así lo deseaba. La ciudad estaba llamada a convertirse en la nueva capital del reino de Aragón, y como tal debía servir como centro económico y para ello se necesitaban nuevos pobladores que además defendieran la ciudad, pues se seguía temiendo un contraataque del Imperio almorávide para recuperar lo perdido.
Así, y para atraer gente, Alfonso I concedió una serie de fueros a la ciudad, destacando entre ellos el otorgado el 5 de febrero del año 1129 conocido como el Privilegio de los Veinte o del “tortum per tortum”. Este privilegio se llamaba así porque la capital aragonesa estaba regida por un consejo formado por los “veinte mejores hombres” de la ciudad. Es decir, los más ricos e influyentes, perteneciendo normalmente a la burguesía comercial de la ciudad. Esto era así porque la monarquía no quería que la ciudad se convirtiera en un bastión de la nobleza, la cual siempre buscaba socavar el poder del monarca de turno. Apoyando a esa burguesía zaragozana, conseguía mantener a esta contenta y a su vez aumentar la influencia del rey en detrimento de los nobles (aunque a veces salía el tiro por la culata). Con el Privilegio de los Veinte, este consejo zaragozano podía, en la práctica, declarar por así decirlo la guerra contra individuos e incluso señoríos que considerara que habían ido en contra de los intereses de la ciudad. Y todo ello sin necesidad de pasar por el control de la monarquía. Este era un poder inmenso, y de hecho se conocen situaciones en las que el concejo de Zaragoza entró en conflicto con otras localidades. Por ejemplo, a mediados del siglo XVI existió una fuerte disputa con el señor de Mozota por el uso de los pastos de una dehesa, lo que llevó a que Zaragoza se acogiera a este privilegio y atacara el pueblo de Mozota y las posesiones de su señor. Otros poderes que concedía el privilegio a la ciudad era el poder reprimir con dureza ciertos delitos, el incautarse de trigo en momentos de escasez, obligar a limitar el precio del pan o el saltarse algunos de los fueros del reino de Aragón. Aunque a partir del siglo XVI la monarquía y la nobleza procuraron que este privilegio no se utilizara, lo cierto es que estuvo vigente hasta su derogación, a comienzos del siglo XVIII, por los Decretos de Nueva Planta impuestos por el rey Felipe V de Borbón.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza
BIBLIOGRAFÍA
- FERNÁNDEZ CLEMENTE, Eloy (coord.); «Historia de Aragón»; Edit. La esfera de los libros, 2008, Madrid.
- MORALES ARRIZABALAGA, Jesús; «Fueros y Libertades del Reino de Aragón. De su formación medieval a la crisis preconstitucional (1076-1800); Edit. Rolde de Estudios Aragoneses, 2007, Zaragoza.