Pasadas las 6 de la mañana de aquél 11 de diciembre de 1987, Pascual Grasa, miembro de la Guardia Civil que en aquél momento custodiaba las puertas de acceso de la casa cuartel zaragozana, vio a dos individuos aparcando un Renault 18. Al acercarse para apercibirles de que no podían estacionar allí el vehículo, ambos huyeron y se montaron en un segundo coche que salió a la carrera. Apenas unos segundos después, 250 kilos de amonal hicieron explosión y destrozaron el edificio, segando la vida de 11 personas entre las que se encontraban varios niños y dejando además 88 heridos. Habría que contar también otro fallecido más que iba en ciclomotor y que fue atropellado de forma accidental por un vehículo del operativo de salvamento.
La barbarie despertó aquél día a la ciudad, a todo Aragón y a toda España con semejante acto criminal llevado a cabo por la banda terrorista ETA y, más concretamente por el comando Argala, responsable de otros 21 atentados que dejaron un total de 38 muertos. El atentado de Zaragoza fue desarrollado por Henri Parot, Jean Parot, Jacques Esnal y Frederic Haramboure por orden de los sanguinarios Josu Ternera y Francisco Múgica Garmendia, por entonces líderes de la banda. Por desgracia, aquél acto de terrorismo no fue el primero ni tampoco el último que sufrió Aragón, no sólo por parte de ETA sino también de otros colectivos que hoy voy a repasar con motivo de esta triste efeméride.
La palabra terrorismo aparece por primera vez en la Francia revolucionaria con ese terror ejercido por el Estado y sobre todo por el gobierno jacobino de Robespierre, que acabó con los opositores políticos sin la menor garantía judicial. Esa violencia y terror de Estado pasaría ya más adelante en el siglo XIX a su uso por parte de la ciudadanía o súbditos en la Rusia zarista para luchar contra un régimen todavía plenamente feudal.
El surgimiento de movimientos como el anarquismo y la guerra declarada que esta ideología desató contra la “clase burguesa” hizo que se comenzara a utilizar la violencia política y de terror tanto contra personalidades de gobiernos o de la Iglesia como contra todo aquél que fuera considerado un “burgués explotador”.
En España fue realmente activa la violencia anarquista, llegando a atentar en 1878 contra el rey Alfonso XII, el atentado en el Liceo de Barcelona en 1893 perpetrado por el turolense Santiago Salvador que dejó 20 muertos, o los asesinatos de Antonio Cánovas del Castillo y José Canalejas.
Los atentados anarquistas también llegaron a territorio aragonés, cosa también lógica ya que Zaragoza fue uno de los focos donde más arraigó este movimiento en España. El 4 de junio de 1923, enfrente de lo que hoy es el Hospital Clínico, el arzobispo de Zaragoza y cardenal Juan Soldevila Romero era asesinado. Soldevila tenía una enorme influencia social y política, promovió las viviendas sociales y la mejora de las condiciones laborales a través de sindicatos católicos, pero también era acusado por los movimientos revolucionarios de cacique e incluso de financiar en secreto el “terrorismo blanco” contra los movimientos anarquistas. Su asesinato conmocionó a toda España y fue uno más de los muchos motivos que adujo unos meses más tarde José Antonio Primo de Rivera para dar el golpe de Estado que estableció una dictadura en España hasta 1930 y que acabó con el sistema bipartidista de la Restauración creado en 1876.
Otro atentado ocurrido en la capital aragonesa fue el cometido por el colectivo Hoz y Martillo en noviembre de 1972 contra el francés Roger Tur. Afincado en la ciudad desde 1934 como cónsul, el 2 de noviembre de aquél año fue víctima de un atentado contra el consulado, siendo rociado con pintura roja a la cual luego prendieron fuego. Los autores, Álvaro Noguera, José Mellado y Luis Javier Segarra, adujeron que sólo pretendían dar un susto y no asesinarle, pero las graves quemaduras le produjeron la muerte unos días después.
También se dejó sentir la actividad del G.R.A.P.O. (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), que el 27 de marzo de 1990 asesinaron al doctor José Ramón Muñoz en su consulta situada en el Paseo de la Constitución de Zaragoza por haber suministrado alimento a dos presos de la banda que estaban en huelga de hambre. También secuestraron al empresario Publio Cordón en 1995, mientras que en 2006 reivindicaron el asesinato de Ana Isabel Herrero hiriendo además a su esposo, el empresario Francisco Colell.
Pero sin duda, la mayor actividad terrorista fue la realizada por ETA con una treintena de atentados que dejaron un total de 16 muertos y 100 heridos y no sólo en la capital, sino también en lugares como Torreciudad, Ejea de los Caballeros o Sallent de Gállego en un reguero de destrucción sin sentido que esperamos que nunca se vuelva a repetir.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza