Ya sabemos todos que el pintor aragonés Francisco de Goya y Lucientes fue una de esas grandes figuras que de vez en cuando surgen para cambiarlo todo de forma radical en el campo que sea al que se acaben dedicando. En este caso fue en la pintura, convirtiéndose en uno de los artistas más influyentes de la historia. Sin embargo, también hay un curioso episodio en el que Goya pudo también llegar a cambiar el curso de la historia europea.
Desde el año 1808 el británico Arthur Wellesley se hizo cargo del ejército británico que fue enviado a Portugal para ayudar a su aliada frente a la invasión que hizo Napoleón Bonaparte de la Península Ibérica y que provocó también el estallido de la Guerra de la Independencia en España. De esa manera el imperio británico logró mantener un frente de guerra al que se unieron bajo el mando de Wellesley tanto los ejércitos español como portugués.
Con el tiempo, la Guerra de la Independencia o Peninsular War, según la conocen los británicos, fue tornando su suerte hacia las armas aliadas y en contra de los intereses de Napoleón gracias a las victorias que los aliados al mando de Wellesley fueron logrando en Talavera, Badajoz, los Arapiles o la definitiva Batalla de Vitoria que supuso la expulsión de las tropas franceses de España. Esto le granjeó a Arthur Wellesley un rápido ascenso en el escalafón militar, además de lograr el título por el que es mundialmente famosos: el ducado de Wellington.
Wellesley era desde luego un gran militar y a la vez también mostraba la típica altanería británica de la época y su desprecio a todo lo español, y esto es precisamente lo que nos lleva a un episodio que pudo haber cambiado el rumbo de la historia.
Tras la victoria aliada en la Batalla de los Arapiles en el verano del año 1812, los franceses y el propio rey José Bonaparte abandonaron Madrid, entrando en ella los ejércitos aliados. Durante la Guerra de la Independencia, el general español Miguel Ricardo de Álava llegó a trabar amistad con el duque de Wellington gracias a que además el militar español hablaba inglés perfectamente. Álava era también desde hacía años amigo del pintor Francisco de Goya además de un gran admirador de su arte. Por eso, y con la idea de convencer a su amigo británico de que España también tenía sus luces y no sólo las sombras que él veía, convenció al inglés una vez liberado Madrid de acudir al estudio de Goya para que el artista le hiciera un retrato. Wellington aceptó.
Quizás el altivo Wellington esperaba ser recibido con efusividad, pero para 1812 Francisco de Goya era ya una persona entrada en años, desengañada, que llevaba ya un tiempo sobreviviendo como podía a la guerra, cuya esposa, Josefa Bayeu había muerto ya hacía un tiempo al igual que varios de los hijos que había tenido el matrimonio, y todo sin mencionar la terrible sordera que sufría desde hacía ya casi 20 años y que sin duda agrió su carácter. Goya, que había pintado a reyes y a toda la “jet set” de la aristocracia, no estaba impresionado precisamente ante el altanero y orgulloso inglés que se le presentaba en su estudio junto al general Álava. Un Wellington del que además ya se iba sabiendo que tuvo actuaciones más que dudosas contra los intereses de España destruyendo las fábricas textiles de Béjar en Salamanca (que hacían competencia a las manufacturas británicas), o al saqueo y violaciones masivas que consintió por parte de sus tropas cuando tomaron Badajoz.
Con todo este panorama, Wellington se encontró a un Goya con cara de pocos amigos y que no entendía ni una palabra de inglés igual que el mismo Wellington no sabía prácticamente nada de la lengua española. Pero el pintor aragonés, profesional ante el encargo que le llegaba, se puso manos a la obra. Una escena que muchos años más tarde se la contó el general Álava al periodista Mesonero Romanos y que lo plasmó en uno de sus libros. Así dice que sucedió:
“[…] Presentose el Lord, acompañado de Álava, en el estudio de Goya, a quien le bastaba una hora de sesión para bosquejar un retrato, y este puso inmediatamente manos a la obra. Cuando ya lo creyó en estado de poderle enseñar, lo presentó al Lord, el cual, o sea por escasa inteligencia, o sea por natural despego, hizo un gesto despreciativo y añadió no pocas palabras expresivas de que no le gustaba el retrato, que era un verdadero mamarracho y que no podía aceptarlo de modo alguno; todo lo cual decía en inglés al general Álava, para que lo trasladase al artista por conducto de su hijo don Javier, que estaba presente, y por el lenguaje de los dedos, que era el único que podía servir a Goya.”
“Observaba este con recelo y disgusto los gestos del Lord y sus contestaciones con Álava; y el hijo de Goya, persona muy instruida y que conocía la lengua inglesa, se negaba políticamente a poner en conocimiento de su padre ninguna de las apreciaciones ni palabras del Lord, procurando convencer a este de su equivocado concepto respecto a la pintura; pero ni las juiciosas observaciones de don Javier, ni la prudente intervención del general Álava bastaban a mitigar la desdeñosa y altiva actitud de Wellington, como ni tampoco los accesos mal reprimidos de ira que se dibujaban en el rostro del artista; y a todo esto, don Javier, que observaba al uno y al otro, que veía a su padre echar siniestras ojeadas a las pistolas (que tenía siempre cargadas sobre la mesa), y que temía un desenlace espantoso de aquel conflicto, no sabía a cuál acudir; hasta que vio levantarse al Lord con mucha arrogancia y ponerse el sombrero en actitud de partir. Entonces Goya, sin poderse ya contener, echó mano a las pistolas mientras el Lord requería el puño de su espada, y sólo merced a los gigantescos esfuerzos del general Álava, diciéndole que el artista estaba atacado de enajenación mental, y los del hijo de Goya conteniendo por fuerza la mano de su padre, pudo al fin terminar una escena lamentable, que acaso hubiera atajado inopinadamente la serie de triunfos del vencedor de los Arapiles, del héroe futuro de Vitoria, de Toulouse y Waterloo”.
Visto lo que presenció el general Álava y que años más tarde contó Mesonero Romanos, ¿cuánto pudo haber cambiado la historia de Europa de haber acabado esta escena con Goya de manera trágica? Quizás, la muerte de uno de los pocos militares europeos que estaba logrando hacer frente al genio militar de Napoleón habría cambiado las tornas de la situación. ¿Qué habría pasado en la Batalla de Waterloo sin el duque de Wellington? Pero eso es ciencia ficción. Finalmente, la escena no pasó a mayores y Goya terminó el retrato que hoy se puede ver en la National Gallery de Londres.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza