EL MONASTERIO DE SAN PEDRO DE SIRESA

El Aragón original (siglo IX) comprendía los valles de Hecho Canfranc con el río Aragón como frontera. El río rodeaba el territorio aragonés y lo protegía, quedando inmovilizado hasta finales del siglo X. Había una vía importante por Somport que se desviaba después a poniente. Para el imperio carolingio era importante controlar esta vía con el objetivo de evitar que los musulmanes andalusíes cruzaran los Pirineos. Es así como nació el condado de Aragón, como una pequeña porción de la Marca Hispánica, que no era otra cosa que una zona defensiva situada en la cara sur de la cordillera y que protegía a los francos de indeseables incursiones musulmanas.

Los documentos nos hablan de un primer conde franco, llamado Aureolo, que gobernó este condado en nombre de los carolingios. El primer conde oriundo de Aragón fue Aznar Galindo, que reinó tras una sucesión de condes carolingios de nombre desconocido. En estos tiempos el condado de Aragón era muy frágil, estrechamente vinculado a los francos o al reino de Pamplona.

En este pequeño territorio los monasterios jugaron un papel muy importante. Poseemos fuentes posteriores que nos hablan de esta época primigenia del condado, pero las únicas fuentes escritas que tenemos de estos años son los cartularios de estos monasterios. En la zona ya había muchos monasterios en época visigoda, aunque muchos fueron destruidos en época musulmana. Uno de estos fue el de San Juan de la Peña, que no fue refundado hasta el año 1025 por Sancho III el Mayor de Pamplona. Por ello, durante los siglos IX y X el monasterio de San Pedro de Siresa jugó un papel destacado, recibiendo constantes donaciones de los primeros condes de Aragón.

La primera noticia documental de este monasterio data del 25 de noviembre del 833, cuando recibió una donación de tierras del conde Galindo Garcés. Las excavaciones arqueológicas han demostrado que se trataba de una antigua fundación, posiblemente visigótica, que fue refundada en esta etapa. Su notoriedad en una etapa tan temprana, probablemente se debió a la proximidad de una vieja calzada romana.

El monasterio se convirtió en un foco de cultura que conectaba a la península con el resto de Europa. Fue visitado en el año 852 por San Eulogio de Córdoba, quien habló maravillas al obispo Wilesindo de Pamplona acerca del monasterio y de su biblioteca. Imaginaos la cara de asombro, perplejidad y alegría de aquel obispo mozárabe cordobés, al acceder por primera vez a libros tan esenciales como la Eneida de Virgilio, los poemas de Horacio y Juvenal, las fábulas de Aviano o La Ciudad de Dios de Agustín de Hipona. Gracias a aquel viaje, sus feligreses mozárabes, que vivían en Al-Andalus y aislados del resto de la cristiandad europea; accederían por primera vez a tales obras.

Por último, entre sus emblemáticos muros fue educado ni más ni menos que el mismísimo Alfonso el Batallador, aquel que en el siglo XII conquistó Zaragoza, lo que da una idea de su esplendor. Su decadencia comenzó con la importancia cada vez mayor del monasterio de Jaca a partir del siglo XI.

Santiago Navascués Alcay

Doctor en Historia por la Univ. de Zaragoza


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