Precisamente ya en la cercanía de las fechas con las que comienza este artículo, comenzamos esta semana una serie de entradas que conformarán un trabajo más amplio, obra de Daniel Aquillué, licenciado en Historia y actualmente cursando el Doctorado en la Universidad de Zaragoza. En él, Daniel nos habla sobre la Guerra de la Independencia española como trasfondo y la aportación de los representantes aragoneses en la creación del primer movimiento liberal en España y la primera Constitución, la de Cádiz de 1812, que puso las bases del Estado moderno actual y el comienzo del fin del Antiguo Régimen en nuestro país.

Era un 9 de junio de 1808 en Zaragoza, una ciudad que se veía atrapada entre ilusorias esperanzas y miedos reales, a una victoria rápida frente al “tirano de la Europa” y el fantasma de los desastres de la guerra, el saqueo, la muerte y la esclavitud. Era una ciudad en ebullición, una ciudad que, sin ser consciente de ello, estaba en guerra y revolución.
Ese día estaba llamado a ser un día solemne, cargado de simbolismo, y de una ilegalidad jurídica llevada a cabo, paradójicamente, para lograr una legitimidad legal y, a la larga, una revolución política. Tuvo lugar la reunión de Cortes del Reino de Aragón, cosa inaudita desde 1704, institución extinta, suprimida desde 1707 mediante los Decretos de Nueva Planta dictados por Felipe V de Borbón, victorioso en los campos de batalla de Almansa primero, de Villaviciosa, Brihuega y Barcelona después.
Aquél rey usó de su “derecho de conquista” para fulminar el Reino de Aragón y “reducirlo a las leyes de Castilla”. Apenas un siglo después, esas Cortes resucitadas defendían y sostenían el trono de su bisnieto, Fernando VII de Borbón.
¿Cómo se había llegado a dicha situación? Para entenderla hay que ver el contexto. Éste era el de una Europa en la que Napoleón había extendido la Revolución Francesa a punta de las bayonetas de sus soldados y tiro de cañón de su artillería, desatando resistencias nacionalistas, contrarrevolucionarias y revolucionarias.
En España, Napoleón Bonaparte había entrado como aliado, por el Tratado de Fointenebleau de 1807, para atacar Portugal, aliada del Reino Unido. No entró un cuerpo de ejército napoleónico, según lo estipulado, sino que fueron más, que ocuparon Pamplona, Barcelona… y Madrid. Estas tropas vivían sobre el terreno, a costa de exacciones a la población civil, lo que provocó diferentes motines, siendo el más importante el del Dos de Mayo de 1808 en Madrid. Pocos días después, el 6, en Bayona, Carlos IV y Fernando VII abdicaban su corona, la del reino español e Indias, en Napoleón, que a su vez la cedía a su hermano José.
Estas abdicaciones de Bayona fueron un acto legal, en que unos monarcas soberanos, que no debían explicaciones a nadie, entregaban su patrimonio a otro. Era todavía el tiempo del absolutismo, y las naciones no existían para aquellos Borbones más que como su patrimonio personal y exclusivo con el que podían hacer lo que les placía.
Pero las cosas llevan años cambiando. También en suelo hispano. Al conocerse las noticias de la represión de Murat sobre los madrileños y las abdicaciones de Bayona, una ola de indignación recorrió España e Hispanoamérica de punta a punta, y se formaron Juntas, de Oviedo a Cartagena, de Zaragoza a Buenos Aires. Elites tradicionales -clero y nobleza-, élites nuevas -burguesía- y clases populares se unieron en defensa de su rey Fernando “el deseado”. Y era su rey, porque como tal lo habían aclamado destronando a Carlos IV en el Motín de Aranjuez de marzo de 1808.
En la ciudad de Zaragoza fue el 24 de mayo cuando el pueblo, liderado por líderes populares como el Tío Jorge se alzó en armas, destituyó y arrestó al Capitán General Guillelmi y buscó un líder, el cual encontraron en un joven José de Palafox el día 25. Ahora bien, Palafox, tercer hijo de una familia noble, los marqueses de Lazán, y su principal consejero político, el padre Boggiero, eran conscientes de que su poder carecía de legitimación “legal”, había que institucionalizarlo, pues no se podía basar en una aclamación de labradores, mujeres y artesanos, para ellos, hombres de Antiguo Régimen aquello era inconcebible.

De ahí surgió la idea de rescatar, ante el vacío de poder, las antiguas Cortes de Aragón. Estas eran de carácter feudal, por estamentos, en que estaban representados cuatro brazos: dos nobles -alta nobleza e infanzones-, uno eclesiástico y uno de las ciudades -que representaban al “Tercer Estado”-. Aquellas Cortes cumplieron su papel como legitimizadoras del poder de Palafox y reconocimiento de Fernando VII como único rey de España, pero marcaron una primera brecha. Y varios de sus actores transitaron por ella.
Estas Cortes colocaron los problemas militares por encima de cuestiones como la reunión de la junta permanente, o incluso la celebración de una segunda sesión. El propio José de Palafox cuenta en sus memorias:
(…) determinó convocar las antiguas Cortes por estamentos para que le iluminasen y descargar algún tanto en la representación nacional su responsabilidad. (…) Celebróse su sesión en la sala de juntas de la ciudad junto a la Lonja (…) Todo fue aprobado y tomado en conocimiento por los legítimos representantes del pueblo, que unánimemente le dieron las gracias diciendo que la elección de los aragoneses en su persona había sido tan acertada que ellos mismos, en nombre de sus comitentes, le reelegían y pedían continuase gobernando el Reino[1].
Mientras Palafox, que tras la Guerra simpatizó con las ideas liberales, hace hincapié en que las cortes representan al pueblo -a pesar de ser estamentales-; Faustino Casamayor, de ideas absolutistas, lo narra de otra manera:
Este día se celebraron las Cortes en la sala consistorial del ayuntamiento en la que se colocó el retrato de nuestro católico monarca Fernando VII asistiendo a ellas todos los vocales de las ciudades del reino, obispos, abades y priores, con la nobleza. A las 10 vino S. E. a caballo acompañado de sus edecanes (…) y la sesión duró hasta las 3 y media de la tarde; a la salida fue al Pilar acompañado de la tropa y edecanes, subió a besar la mano a Nuestra Señora y se retiró a su palacio[2].
De los asistentes a estas Cortes de Aragón, tres personajes estuvieron luego relacionados con el proceso de las Cortes de Cádiz. Por un lado Pedro María Ric, elegido miembro de la Junta de gobierno y posteriormente diputado por Aragón en las Cortes extraordinarias. Por otro, Lorenzo Calvo de Rozas, liberal a ultranza, que ejerció de secretario en estas cortes y después fue elegido representante por Aragón en la Junta Central. Por último, Valentín Solanot que fue posteriormente presidente de la Junta Superior de Aragón.
Pocos meses después, todas las juntas de España enviarían dos representantes a una Junta Central, primero en Aranjuez, luego en Sevilla. Aquella convocaría unas Cortes, no estamentales, no tradicionales, sino modernas, y éstas, reunidas primero en la Isla de León y después en Cádiz, promulgarían una Constitución liberal el 19 de marzo de 1812. Y hubo participación aragonesa en todo ello.
Rescatar los nombres y actuaciones de aquellos aragoneses actores de las Cortes de Cádiz es el objeto del presente artículo. Es obligatorio y un ejercicio de honradez intelectual, antes de continuar, señalar de dónde se ha extraído la información. Existe una obra fundamental para este tema, se trata de Los Diputados Aragoneses en las Cortes de Cádiz de Concepción Torres Liarte. Junto a ella, una obra útil para conocer el contexto es la de Juan Sisinio Pérez Garzón Las Cortes de Cádiz. El nacimiento de la nación liberal (1808-1814). Y por último, antes de continuar, una fuente de la época son los diarios que sobre los sucesos zaragozanos escribió Faustino Casamayor, los cuales se encuentran reeditados. La bibliografía queda citada al completo al final del texto.
LOS REPRESENTANTES ARAGONESES EN LA JUNTA SUPREMA CENTRAL DEL REINO
El 25 de septiembre de 1808 se reunió en Aranjuez la Junta Suprema Gubernativa del Reino presidida por el anciano conde de Floridablanca. A ella cada junta provincial había enviado a dos representantes: Aragón, Asturias -uno de ellos Jovellanos-, Canarias, Castilla la Vieja, Cataluña, Córdoba, Extremadura -uno de ellos Garay, que fue su secretario-, Galicia, Granada, Jaén, León, Madrid, Mallorca, Murcia -uno de ellos Floridablanca-, Navarra, Toledo, Sevilla, y Valencia. En total treintaicinco miembros de los cuales diecisiete eran nobles, seis clérigos y cinco del estado llano. La reunión de la Junta Suprema suponía la creación de un poder nacional representativo. La Junta Suprema creó cinco comisiones: Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Marina y Hacienda. Se diferenciaron tres bloques en la Junta: en torno a Floridablanca el grupo más conservador que entendía la Junta como una especie de Regencia; en torno a Jovellanos el grupo más centrista que apelaba a la Constitución histórica para reformar el país; y el grupo más liberal en torno a Calvo de Rozas y el vizconde de Quintanilla que atribuía un carácter revolucionario a la insurrección popular y las juntas. Desde diciembre de 1808 a enero de 1810 la Junta Suprema residió en Sevilla. La grave derrota española en Ocaña, el 19 de noviembre de 1809 abrió Andalucía a las tropas imperiales, y desprestigió a la Junta Suprema que huyó de Sevilla disolviéndose el 29 de enero de 1810 y entregó el poder ejecutivo a un Consejo de Regencia de cinco miembros.
Pero volvamos de nuevo un poco atrás. El 14 de agosto de 1808 el ejército imperial dirigido por Verdier levantaba el sitio a Zaragoza para cubrir la retirada del rey José I desde Madrid, pues se veía amenazado tras la derrota francesa en la Batalla de Bailén –julio 1808-. Pocos días después, el capitán general de Aragón José de Palafox nombró a los representantes de Aragón para la Junta Suprema Central. Inicialmente fueron nombrados tres vocales: Francisco de Palafox y Melci, Lorenzo Calvo de Rozas, y el conde de Sástago. Pero el 5 de septiembre José Palafox ordenó al conde de Sástago regresar a Zaragoza para formar parte de la Junta Superior de Aragón.
Lorenzo Calvo de Rozas -Vizcaya, 23 de junio de 1773; Madrid, 6 de mayo de 1850- era un comerciante y banquero de próspera fortuna afincado en Madrid. Tras la ocupación francesa de Madrid fue a Zaragoza, a donde llegó el 28 de mayo de 1808. José Palafox le nombró para diversos cargos de importancia: corregidor de Zaragoza, Intendente del Reino y Ejército de Aragón, secretario de las Cortes de Aragón, vocal de la Junta militar de Defensa y jefe de los alcaldes de barrio durante el Primer Sitio de Zaragoza. Durante las ausencias de Palafox en el Primer Sitio, Calvo de Rozas organizó la defensa de la ciudad con gran acierto. Designado miembro de la Junta Suprema por José Palafox tenía ideas opuestas al otro representante de Aragón, Francisco Palafox. En sus intervenciones en la Junta Suprema, Calvo de Rozas impulsó las ideas liberales: defendió la libertad de imprenta, la convocatoria de Cortes y la elaboración de una Constitución. Lorenzo Calvo de Rozas escribió:
Desde el momento en que se instaló la Suprema Junta Central solicité la convocatoria de Cortes, persuadido a que como las mejores intenciones no éramos capaces de salvar la Nación. (…) Esta insistencia y la libertad de imprenta me pusieron más de una vez en la dolorosa situación de oír a mis compañeros que consideraban como una traición a la solicitud de Cortes y la libertad de imprenta, suponiendo que las primeras entregarían la Nación a los franceses y mirando la segunda como una cosa perjudicial (…) Si las sesiones de la Junta Central hubiesen sido públicas (…) los males de nuestra patria no hubiesen llegado a tanto extremo (…).
Además buscó el interés público y propagó la idea de que Aragón tuvo un papel primordial en la Guerra. Poco después de la capitulación de Zaragoza, Calvo de Rozas propuso a la Junta Suprema -17 de marzo de 1809- la creación de la Junta Superior de Aragón y parte de Castilla que se constituyó al día siguiente. Esta Junta, presidida por Valentín Solanot, agrupaba a los territorios no ocupados de Aragón y a los castellanos de Molina de Aragón.
Francisco Palafox y Melci, segundo hijo de los marqueses de Lazán y hermano del Capitán General de Aragón, era Brigadier del Ejército y oficial de reales Guardias de Corps. Al parecer era de ideas absolutistas, y aunque reconocía que algunos gobiernos anteriores habían sido despóticos, se oponía radicalmente a establecer una nueva constitución. Consideraba que la Junta Suprema no hacía nada y conspiró contra ella. Sus principales intervenciones se centraron en solicitar ayuda para la Zaragoza sitiada por segunda vez.
Continuará…
[1] José de Palafox, Herminio Lafoz Rabaza (ed.), Memorias, Edizions d l’Astarl y Ayuntamiento de Zaragoza, Zaragoza, 1994.
[2] Faustino Casamayor, Herminio Lafoz Rabaza (ed.), Diario de Los Sitios de Zaragoza (1808 – 1809), Editorial Comuniter, Zaragoza, 2000, pág. 13.
Daniel Aquillué Domínguez
Licenciado en Historia por la Universidad de Zaragoza
Me gustaría saber si puedo encontrar publicada la Historia de Aragon completa
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Hola Rafael. Las obras dedicadas a la historia completa de Aragón suelen ser o muy densas o poco exhaustivas, aunque nosotros te recomendamos «Historia de Aragón», coordinada por Eloy Fernández Clemente. Gracias y un saludo.
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