AGUSTÍN SANZ, UN ARQUITECTO PARA EL EBRO

Por mucho que el ser humano se empeñe en desplegar todo su conocimiento y avances en ingeniería y tecnología, el poder de la naturaleza sigue siendo incontestable cuando se desata con toda su fuerza y trata de reclamar lo que considera suyo. Lo vemos en los desastres naturales, por desgracia cada vez más frecuentes y destructivos, en los que por ejemplo el agua reclama sus cursos ancestrales por mucho que el ser humano haya tratado de cambiarlos o invadirlos. Aun así, se puede decir en cierta medida que se ha logrado más o menos controlar en muchos momentos las afecciones que de forma natural provocarían los ríos en las grandes capitales, aunque no sea así por desgracia en muchos pueblos pequeños que se ven tremendamente afectados. Y si esto ocurre hoy en día, ¿qué no pasaría en tiempos más remotos, cuando la intervención humana era mucho menor?

Uno de los grandes ejemplos que me gusta poner es el de Caesaraugusta, la Zaragoza romana. Tanto íberos como luego especialmente los romanos sabían que si había de existir una población en este punto de la ribera media del Ebro, esa ciudad debía existir en la margen derecha del río, ya que de forma natural era más alta que la contraria. Por eso se fundó ahí, hace más de dos milenios, la Zaragoza romana. Una urbe creada como colonia inmune, que tuvo el nombre completo del primer emperador, y que se refundó para convertirse en la gran ciudad del valle del Ebro a todos los niveles.

Sin embargo, los problemas no tardaron en aparecer, pues las inundaciones de buena parte de esa ciudad debían ser bastante frecuentes. Es por eso por lo que ya en tiempos del emperador Tiberio (14-37 d.C.) se produce un recrecimiento artificial del nivel de la ciudad en torno a la ribera del río, para así intentar evitar que esas inundaciones que provocaban tantos daños fueran tan frecuentes. Si en un lugar se ve esto a la perfección, es en el Museo del Foro de Caesaraugusta, en la plaza de la Seo de Zaragoza. Mientras tanto, la margen izquierda no se urbanizó, a excepción de una pequeña zona algo más alta que es donde se situó el puente principal para cruzar de un lado a otro y donde se acabó creando un por entonces pequeñísimo núcleo urbano que se mantuvo a lo largo de los siglos, conformando así el Rabal. Este barrio, aunque pequeño, tenía una gran importancia para la capital aragonesa ya en la Edad Media o en la Edad Moderna.

Con ella se controlaba el pago del portazgo para el cruce del Puente de Piedra (construido en el siglo XV), pero también quién podía o no entrar en la ciudad desde el norte en épocas de brotes de enfermedad. Por eso estuvo ahí el convento de San Lázaro, cuyos restos siguen esperando una apertura a las visitas ciudadanas, y donde se alojaba a los enfermos de la ciudad o a los que no se dejaba ingresar en ella.

También el Rabal era importante en lo económico, pues era el centro neurálgico desde el que se controlaban buena parte de los trabajos agrícolas en las grandes extensiones de tierras de esa margen del río, y se hacía desde la plaza de la Mesa, donde se contrataba a jornaleros y se pagaban los jornales cada día. Sin embargo, en el siglo XVIII se veía con cada vez más preocupación las inundaciones que de forma recurrente afectaban mucho al Rabal. Por eso se empezó a ver necesaria la construcción de un primer muro de contención en esa orilla del río para intentar frenar los daños de las acometidas del Ebro cada vez que este venía crecido. Y así fue como se encargó a finales de siglo la construcción de ese gran muro junto al Convento de San Lázaro y que todavía hoy podemos ver en la ribera nada más cruzar el Puente de Piedra.

Un proyecto que desarrolló el arquitecto zaragozano Agustín Sanz (1724-1801). Agustín estuvo gran parte de su carrera asociado a las casas nobiliares de los duques de Híjar y de los condes de Aranda. Lideró o participó en la construcción de varias iglesias a lo largo y ancho de Aragón, como en Urrea de Gaén, Vinaceite, La Puebla de Híjar, Épila o en la misma Zaragoza, donde también estuvo junto a Julián Yarza en el proyecto de construcción de la iglesia de la Exaltación de la Santa Cruz.

El gran muro de San Lázaro, una de las obras más importantes y pioneras para salvaguardar a la capital aragonesa de las acometidas del Ebro, se finalizó el 24 de diciembre del año 1789. El mismo año en el que se construyó la Puerta del Carmen, también con el diseño de Agustín Sanz. Un arquitecto realmente prolífico en esa segunda mitad del siglo XVIII, y que también estuvo detrás del Teatro Principal de Zaragoza, inaugurado en 1799.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza


Bibliografía básica

M. García Guatas, “Contribución a la obra del Arquitecto Agustín Sanz (1724-1801)”, en Seminario de Arte Aragonés (SAA) (Zaragoza, Institución Fernando el Católico), XXIX-XXX (1979), págs. 59-66

M. García Guatas, “Sanz, Agustín”, en VV. AA., Gran Enciclopedia Aragonesa, vol. XI, Zaragoza, Unali, 1982, pág. 2999