LA GUERRA DE LOS DOS PEDROS (1356-1367)

A mediados del siglo XIV la Corona de Aragón y Castilla libraron una dura guerra que acabó siendo conocida como la Guerra de los Dos Pedros, debido a que en ambos reinos gobernaban monarcas con dicho nombre: Pedro IV el Ceremonioso de Aragón y Pedro I el Cruel (o “el Justiciero”, según la corriente historiográfica a la que acudamos) de Castilla. Esta fue una guerra muy compleja, con multitud de factores que supusieron su comienzo y con distintos participantes y variantes, pues tomó tintes de guerra entre dos estados, pero también de guerra civil en Castilla. Además fue un teatro de operaciones entre Francia e Inglaterra, que ya en esos años andaban enfrascados en la famosa Guerra de los Cien Años.

Poco tratamiento le ha hecho la historiografía a este conflicto castellano-aragonés, sobre todo si tenemos en cuenta la trascendencia histórica que acabó teniendo. Y aunque no la tuvo desde el punto de vista territorial, sí en el devenir histórico de ambos reinos. Esta guerra sería el escenario en el que se produjo la caída de la vieja dinastía castellana que se remontaba al siglo XI y a los descendientes de Sancho III el Mayor de Pamplona, y la irrupción de una nueva casa, la de Trastámara, que apenas cincuenta años más tarde también irrumpiría en la Corona de Aragón. Esto facilitó a finales del siglo XV la unión dinástica entre Aragón y Castilla con los Reyes Católicos, que con el tiempo acabarían conformando las bases de lo que hoy es España. Casi nada, ¿no?

LAS CAUSAS DE LA GUERRA

Las causas del conflicto son muchas y muy variadas, y algunas de ellas vienen de muchas décadas atrás en el tiempo. Tradicionales eran las disputas entre ambos reinos por el dominio de la región de Murcia y Alicante. Ambos mantenían que este territorio les pertenecía, y desde la segunda mitad del siglo XII ya existen varios tratados del reparto de conquista de esta zona.

A finales del siglo XIII, Jaime II de Aragón inicia una contienda contra Castilla para conquistar Murcia, y además aprovecha las intrigas sucesorias dentro del reino vecino para apoyar a Alfonso de la Cerda, nieto del famoso Alfonso X el Sabio y que le disputaba el trono a un joven Fernando IV de Castilla en una encarnizada guerra civil. La Corona de Aragón, para lograr sus objetivos en Murcia, participó en una gran coalición junto a Portugal e incluso al Reino musulmán de Granada, teniendo como gran objetivo lograr separar de nuevo las coronas de Castilla y de León en dos estados, debilitando así a los castellanos, que desde la segunda mitad del siglo XIII se habían convertido en la gran potencia dominadora en la península.

No se logró tal objetivo ni tampoco conquistar Murcia, pero sí que se anexionó toda la zona de Alicante, que de entonces en adelante se incluyó dentro del Reino de Valencia y de la Corona de Aragón.

Estos apoyos de Aragón a Alfonso de la Cerda en la guerra civil (que no fructificaron) y la conquista de Alicante dejaron un poso de gran enemistad entre ambos reinos a comienzos del siglo XIV.

Pedro I el cruel museo srqueologico de madrid
Estatua orante de Pedro I «el Cruel» de Castilla -Museo Arqueológico Nacional, Madrid-.

La intervención en la política interna del reino vecino por ambas partes no terminó ahí. Más adelante nos encontramos a Fernando de Aragón, hijo de Alfonso IV de la Corona de Aragón, liderando una rebelión de las noblezas aragonesa y valenciana contra su hermanastro Pedro IV el Ceremonioso. Fernando buscaba destronar a este y ocupar el trono aragonés. Al ser derrotado en la Batalla de Épila (1348), pasó a refugiarse a Castilla en la corte de Alfonso XI, recibiendo desde entonces apoyo castellano y luchando junto a Alfonso XI primero, y junto a Pedro I el Cruel después, contra el monarca de Aragón. Este apoyo castellano a un opositor del rey aragonés acabaría convirtiéndose en una de las causas principales del comienzo de la Guerra de los Dos Pedros, al producirse un clima muy inestable y de constante desconfianza entre ambas coronas.

Al llegar Pedro I al trono de Castilla, pronto se hicieron patentes los deseos del monarca de tratar de recuperar Alicante y de ganar otras plazas a costa de la Corona de Aragón, y así lo demuestra la numerosa documentación de la época, en la que queda patente que Pedro IV comienza a destinar importantes partidas económicas dirigidas a reforzar las fortificaciones de las plazas más fronterizas, como es el caso del complejo sistema defensivo de Calatayud o también el de Daroca.

A todo esto se unió la inestabilidad interna dentro de Castilla a la muerte de Alfonso XI en 1350 y su sucesión por Pedro I. Este era el único hijo varón dentro del matrimonio del rey, pero Alfonso XI mantuvo una larga relación ilegítima con Leonor de Guzmán, que le dio nada menos que diez hijos. Alfonso XI trató de dejar a estos bien provistos, cargándolos de títulos y señoríos, y uniéndolos por matrimonio a algunos de los linajes nobiliarios más importantes del reino. Pero esta política, en lugar de asentar el poder del trono sobre la nobleza, provocó exactamente lo contrario. Los hermanastros de Pedro se convirtieron en una poderosa amenaza, y el mayor, Enrique, conde de Trastámara, fue el que mejor jugó sus bazas para ir aglutinando un partido opositor a Pedro I. Pero a esto ayudó la actitud del propio rey castellano, tachado de tirano por la historiografía. Siguió los pasos de su padre, manteniendo una relación ilegítima. Cuando por fin se casó, con Blanca de Borbón, apenas unos días después de la boda la abandonó y la mandó encerrar, convirtiéndose esta situación en una de las principales bazas de los “trastamaristas” contra Pedro y su política. Así se llegó a una rebelión abierta de Enrique contra su regio hermanastro en 1354, y aunque logró bastante éxito en sus primeros meses, finalmente fue derrotado, y Enrique acabó exiliándose en Francia a principios de 1356, mientras que otros nobles rebeldes decidieron huir a la Corona de Aragón, siendo acogidos por Pedro IV “el Ceremonioso”. El rey de Castilla siempre echó en cara al “Ceremonioso” el cobijo que dio a sus opositores, además de haber hecho caso omiso a sus peticiones de ayuda contra la nobleza levantisca. Las bases de la guerra entre Aragón y Castilla estaban servidas, y tan sólo hacía falta un detonante.

 

PRIMERA FASE DEL CONFLICTO (1356-1361)

El casus belli acabó siendo un incidente que casi podía calificarse como menor, pero que sirvió perfectamente a ambos bandos como excusa. En 1356, una escuadra de la Corona de Aragón apresa junto al puerto de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) unos barcos de Piacenza, aliada de la República de Génova, la más encarnizada enemiga comercial de la Corona de Aragón y contra la que desde hacía unas décadas antes se estaba luchando por el control de Cerdeña y Córcega.

El propio Pedro I de Castilla presenció los hechos, pues dicen las crónicas que ese día se encontraba en el puerto atendiendo a una demostración de la pesca del atún. Castilla adujo que esto era un acto delictivo, pues las embarcaciones piacentinas se encontraban en un puerto castellano y bajo la protección de su rey. Ante esto se decidió embargar los bienes que tuvieron en su reino todos los comerciantes de la Corona de Aragón, que eran en su mayoría catalanes, y lanzó un ultimátum a su homónimo aragonés, comenzando así el conflicto.

La Guerra de los Dos Pedros, como buen episodio bélico medieval, aunque se establece su duración entre 1356 y 1367, realmente no duró todos esos años, sino que tuvo varios episodios de enfrentamientos separados por treguas y negociaciones de paz que fueron fracasando. La tónica general de la guerra fue de superioridad castellana, pues poseían de mayores medios tanto humanos como económicos. Sin embargo, Pedro IV supo usar perfectamente su ingenio diplomático, compensando con ello las diferentes situaciones de desventaja que se le fueron presentando, llegando incluso a mantener cierto equilibrio en esta primera fase.

El primer golpe de esta fase de la guerra lo dio Castilla, que en septiembre de 1356 conquistó Alicante, aunque su dominio duró poco tiempo, pues una rebelión de sus habitantes expulsó a la guarnición castellana. La tónica general durante toda la guerra para la Corona de Aragón fue la gran dificultad para realizar levas de hombres y para lograr financiar al ejército. Pero como ya hemos comentado, Pedro IV se valió siempre de su ingenio. Para empezar, trató de provocar una rebelión interna en Andalucía, aunque fracasó. Por otro lado, el rey aragonés contactó con Enrique de Trastámara, exiliado en Francia desde comienzos de 1356. En noviembre, este cruzó los Pirineos y entró en Aragón, firmando poco después el Tratado de Pina, por el cual se le otorgaban diferentes señoríos en la Corona de Aragón a cambio de que jurase vasallaje a Pedro IV y que pusiera bajo las órdenes de este a todas las fuerzas castellanas opositoras a Pedro I. Este fue el comienzo de la colaboración entre Enrique de Trastámara con la corona aragonesa, y el germen del apoyo a sus aspiraciones al trono castellano.

El rey castellano reaccionó y trató de poner de nuevo a su servicio al infante Fernando, quien todavía seguía anhelando arrebatar el trono de Aragón a su hermanastro Pedro IV. Apoyó de nuevo en sus pretensiones a Fernando para que este resucitara los rescoldos de la rebelión de la nobleza valenciana de la década anterior, pero sus esfuerzos fueron en vano.

Castilla siguió teniendo la iniciativa, y en marzo de 1357 lanzó una ofensiva en la que logró tomar la estratégica Tarazona, la cual protegía la entrada al valle del Ebro y por lo tanto dejaba casi vía libre hacia Zaragoza, aunque de nuevo la conquista castellana fue efímera. No se lograba abrir brecha en las defensas de uno y otro bando, y acto seguido comenzó la primera tregua y las conversaciones de paz, impulsadas por el legado del Papa, quien mantuvo un activo papel durante todo el conflicto para conseguir la paz entre los dos principales estados de la península. Pedro de Castilla aprovechó la tregua para ir preparando una ofensiva naval contra Aragón. Pero no se limitó sólo a los preparativos militares. Pedro acabó por ganarse, si no lo había hecho ya, el apelativo que le pondrían en el futuro de el Cruel. A lo largo de 1358 se dedicó a realizar una serie de purgas al más puro estilo estalinista, incluso contra su propia familia. Mando asesinar a su hermanastro Fadrique, maestre nada menos que de la Orden militar de Santiago y hermano de Enrique de Trastámara. También ordenó la ejecución de su primo, el infante Juan de Aragón, y meses más tarde a su tía Leonor, madre del infante Fernando de Aragón. El monarca castellano hizo sin duda gala de la manía persecutoria que sufría, según cuentan las crónicas, pues pensaba que en cualquier momento todos sus familiares acabarían por traicionarle. De un plumazo se granjeó la sed de venganza de Enrique de Trastámara, pero también del infante Fernando, quien durante años había sido uno de sus más firmes apoyos. Además, estos sucesos hicieron que aquellos que por ahora se mantuvieron fieles a su causa lo hicieran más por temor que por verdadera lealtad. Por no hablar de la leyenda negra que los “trastamaristas” siguieron urdieron contra él. El propio Pedro IV de Aragón aprovechó para congraciarse con su hermanastro Fernando, con lo que ganaba otro apoyo mientras el rey castellano lo perdía para su causa.

MAPA PENÍNSULA IBÉRICA 1360
Los Estados de la Península Ibérica en 1360

A mediados del año 1358 Castilla rompió finalmente la débil tregua y lanzó una potente ofensiva, esta vez con la alianza de Portugal, lo que comenzó a internacionalizar el conflicto. Primero, las tropas castellanas realizaron varios ataques, tanto en el Reino de Valencia como en la frontera aragonesa en la zona de Calatayud, aunque apenas lograron éxitos.

A la vez, Pedro I lanzó una importante escuadra naval que llevaba preparando durante todo el año anterior contra las costas valencianas, pero tras alguna pequeña victoria una fuerte tormenta provocó que buena parte de las naves embarrancaran, provocando el fracaso de la expedición. Pero no se dio por vencido y preparó una nueva flota en las atarazanas de Sevilla y en las de los puertos cantábricos, con la que en abril de 1359 volvieron a atacar a la Corona de Aragón. Más de cien naves, incluidas algunas portuguesas, se hicieron a la mar con el ambicioso objetivo de tomar nada menos que Barcelona. Pero la expedición, tras llegar ante la ciudad condal, apenas se limitó a hacer una demostración de fuerza, pues no pudo desembarcar. Se intentó más tarde desembarcar en Ibiza, pero de nuevo no se logró nada, y la flota castellana se retiró sin siquiera entablar combate con la aragonesa. La campaña naval se podría considerar como un fracaso militar importante, pero sin embargo supuso un hito, pues por primera vez una flota castellana de tal envergadura llegaba al Mediterráneo, con lo que Castilla comenzó a tomar consciencia de su propio poderío en el mar y las posibilidades que esto le abría.

En septiembre de 1359 entra por fin en acción Enrique de Trastámara, que hasta entonces apenas había participado. Por iniciativa propia organizó su propia expedición contra su hermanastro Pedro I, pagándola de su propio bolsillo. A finales del verano, se adentra en territorio castellano, y el día 22 de septiembre se produce la Batalla de Araviana (Soria), siendo el primer enfrentamiento campal de dos grandes ejércitos en la guerra. Enrique de Trastámara logró aquí una muy importante victoria, provocando unas 300 bajas en el bando castellano, además de la defección de algunos de los líderes de su ejército, que temían las represalias de Pedro I el Cruel por haber sido derrotados.

Aprovechando este éxito, Enrique quiso seguir aumentando su prestigio. Se da la circunstancia de que tras la reconciliación del infante Fernando con su hermanastro Pedro IV de Aragón, el infante se estaba convirtiendo con la ayuda del rey aragonés en una figura aglutinante de los castellanos refugiados en la corona aragonesa que se oponían a Pedro de Castilla. Esto no podía permitirlo Enrique, pues sus aspiraciones al trono castellano podían verse cortadas por Fernando.

Enrique comandó una nueva expedición en territorio castellano, esta vez ya al mando de las tropas aragonesas, y que acabó con la primera Batalla de Nájera (La Rioja) en abril de 1360. En las cercanías del río Najerilla, ambos hermanastros, Pedro I y Enrique se encontraron frente a frente, pero esta vez fue Pedro quien se llevó la victoria. A duras penas logró salvarse Enrique, que se pudo refugiar en Nájera en el último momento. Pero Pedro, en lugar de asediar la ciudad y aniquilar a sus enemigos, decidió marcharse y dejar escapar a su hermanastro. Craso error, como veremos más adelante.

Sin embargo, Pedro I sí que logra algunos éxitos diplomáticos para su causa. Refuerza su alianza con Portugal, pero además firma un tratado de alianza con Inglaterra, el cual llevaba negociando desde el año anterior. Pero no una Inglaterra cualquiera, sino la que está a punto de firmar con Francia la Paz de Bretigny, una de las treguas dentro de la Guerra de los Cien Años, y con la que Inglaterra se hizo dueña de prácticamente un tercio de territorio francés. El ejército inglés era por aquél entonces el mejor y más preparado de Europa, y esta alianza internacionalizó aún más el conflicto entre Aragón y Castilla, convirtiéndose la Guerra de los Dos Pedros en un escenario más de la guerra anglo-francesa. El ejército castellano por fin se decide a avanzar tras su victoria en Nájera, y logra tomar varios pueblos y castillos estratégicos en los valles del Ribota y el Manubles (Calatayud).

Ante tal desequilibrio de fuerzas, a Pedro IV le interesaba llegar a una tregua. Para ello, trató de favorecer un acercamiento al rey castellano, por lo que nombró al infante Fernando como líder del partido de los exiliados castellanos, relegando a Enrique de Trastámara. La suerte quiso además que se produjera en ese momento un golpe de Estado en el Reino de Granada, cuyo nuevo rey, Muhammad VI, decidió romper la alianza con Castilla y acercarse a la Corona de Aragón. A Pedro I no le interesaba ahora tener que enfrentarse a una guerra en dos frentes, contra Aragón y contra Granada, por lo que se avino finalmente a negociaciones de paz. En mayo de 1361 se firmó la Paz de Terrer (Zaragoza), localidad fronteriza en la zona de Calatayud. Por dicho acuerdo, Castilla renunciaba a casi todas sus exigencias territoriales en la Corona de Aragón, mientras que Pedro IV tuvo que prescindir de los servicios de Enrique de Trastámara y sus apoyos, que tuvieron que exiliarse de nuevo a Francia, donde se pusieron a las órdenes del Delfín, el futuro Carlos V de Francia.

LA SEGUNDA FASE DE LA GUERRA: DOMINIO CASTELLANO (1362-1366)

La Paz de Terrer se convirtió en una simple tregua, pues al poco de alcanzarla, Pedro de Castilla logró asesinar al nuevo rey de Granada y reinstaurar en el trono andalusí al anterior monarca, proclive a mantener la alianza con los castellanos. Cubiertas las espaldas, Pedro el Cruel se vio de nuevo libre para seguir aprovechando la ventaja que había logrado el año anterior.

Renovada la alianza con Inglaterra, Portugal e incluso Navarra, Pedro I reúne un gran ejército de unos 30.000 infantes, 12.000 caballeros e incluso un arsenal de 36 máquinas de guerra, que según palabras del cronista del siglo XVI, Jerónimo Zurita, “[…] era la mayor que se hubiese visto en España […]”. En 1362, lanza una gran ofensiva sin declaración previa de guerra. Tropas castellanas entran en el Reino de Aragón, y ante tamaña fuerza militar, Pedro IV manda evacuar algunas poblaciones de la zona y establecer la defensa en la misma Calatayud. Caen plazas como Alhama de Aragón, Ateca, Ariza o Torrijo, mientras que otras como Cervera de la Cañada son arrasadas. En junio Pedro I pone sitio a Calatayud, ciudad estratégica que guarda el paso del río Jalón y la vía directa hacia Zaragoza.

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Castillo Mayor  de Calatayud. Unas de las siete fortalezas bilbilitanas que sufrieron el asedio castellano en 1362

La invasión castellana cogió desprevenido a Pedro IV, que en ese momento se encontraba en Cataluña, y que además había licenciado a casi todas sus tropas tras la Paz de Terrer. Además, tampoco podía contar con las huestes de Enrique de Trastámara, que seguía exiliado en Francia. Tras casi tres meses de duro asedio, y sin posibilidades de recibir ayuda en poco tiempo, Calatayud se rinde. Pero las desgracias no llegan solas, y Tarazona también cae en manos castellanas mientras un ejército navarro aprovecha la situación y pone sitio a Sos. Tan sólo Daroca resiste y evita que se derrumbe todo el frente, dejando a Zaragoza sin protección.

Pedro IV, que sigue en Cataluña buscando desesperadamente hombres y dinero para armar un ejército con el que defender el reino, decide ordenar una política de tierra quemada, quemando las cosechas y mandando abandonar y destruir todas aquellas fortalezas que por falta de medios fueran indefendibles, para así no ofrecer más puntos de apoyo al invasor. Finalmente no le queda otro remedio, y decide acudir a la alianza con Francia, por lo que la Corona de Aragón se introduce, al igual que Castilla, en la vorágine de la Guerra de los Cien Años. Además, solicita el regreso de Enrique de Trastámara y sus tropas, pero a cambio le tiene que dar de nuevo el liderazgo del partido castellano de opositores a Pedro el Cruel, en detrimento del infante Fernando. Se trata de un acuerdo secreto alcanzado en Monzón (Huesca), por el que el rey aragonés reconocía a Enrique como único pretendiente al trono de Castilla.

En la primavera de 1363, Pedro I conquista Teruel, y poco tiempo después llega hasta las mismas puertas de Valencia. Cuando más desesperada es la situación para la Corona de Aragón, Pedro IV logra por fin reunir un ejército de entidad y acude hasta Valencia, obligando a los castellanos a retirarse. Tras rechazar al enemigo, “el Ceremonioso” busca desesperadamente la paz para recomponer sus fuerzas, y lo logrará gracias de nuevo a la intervención de la Santa Sede. En julio de 1363 se alcanza la Paz de Murviedro (Sagunto), aunque de nuevo se tratará de una efímera tregua.

Al poco muere en oscuras circunstancias el infante Fernando de Aragón, hermanastro de Pedro IV. Muchas fuentes parecen indicar que el propio Pedro ordenó su muerte, pues al haber reconocido a Enrique de Trastámara como líder del partido de los nobles castellanos exiliados y como único candidato al trono, temía que Fernando volviera a conspirar contra él al verse relegado. Con la desaparición de Fernando, se acabó la escisión dentro del bando castellano opositor a Pedro el Cruel, por lo que el conde de Trastámara empezó a aglutinar por fin una fuerza lo suficientemente potente como para reclamar de forma oficial el trono de Castilla.

Pedro de Castilla vuelve una vez más a romper la paz y ataca con fuerza el Reino de Valencia, que cae casi por completo en sus manos y asedia de nuevo Valencia, esta vez con Pedro el Ceremonioso sitiado dentro de sus muros con su ejército. A punto de tomar la ciudad con el rey aragonés dentro, lo que habría supuesto un golpe definitivo en la guerra a favor de Castilla, una tormenta desbarata a la flota castellana que asediaba Valencia por mar. Desprovisto de su fuerza marítima y roto el bloqueo naval, Pedro I no tiene otra que retirarse de Valencia.

Sin embargo, la superioridad castellana era evidente, momento en el cual es Enrique de Trastámara quien comienza a tomar mayor relevancia en el conflicto. Contando ya con el apoyo abierto de la Corona de Aragón a su causa, busca nuevas alianzas para lograr la corona de Castilla. Enrique logra el apoyo de Francia y del Papado, y a través de ambos consigue la financiación suficiente como para contratar a la famosa compañía de mercenarios franceses de Bertrand du Guesclin, que en ese momento se encontraban inactivos debido a la paz entre Inglaterra y Francia dentro de la Guerra de los Cien Años. A finales de 1365, las temidas Compañías Blancas empiezan a concentrarse en el sur de Francia, y ya en enero de 1366 comienzan a cruzar los pasos pirenaicos. Se iniciaba así la última fase de la Guerra de los Dos Pedros.

LA INTERVENCIÓN ANGLO-FRANCESA EN LA GUERRA

El conde de Trastámara se puso al mando tanto de sus propias huestes como de las Compañías Blancas, comenzando a principios de 1366 la invasión de Castilla. El 16 de marzo, Enrique hace por fin oficiales sus pretensiones al trono, y al llegar a Calahorra se hace proclamar rey como Enrique II de Castilla. La Guerra de los Dos Pedros se convierte ya en un conflicto con dos vertientes: una internacional, con el enfrentamiento entre la Corona de Aragón, Castilla, Portugal, Inglaterra, Francia y Navarra; y otra de guerra civil dentro de Castilla entre Pedro I y Enrique. El Trastámara tuvo sin duda mayor éxito del que realmente esperaba, pues tras su proclamación varias ciudades pasan a su bando, además de otros nobles que hasta entonces habían permanecido fieles a Pedro I.

El monarca castellano no supo reaccionar en estos primeros momentos de la invasión, y de hecho se retiró, dejando vía libre a su hermanastro para que tomara Burgos, donde celebró su ceremonia de coronación en el Monasterio de las Huelgas, lugar de gran simbolismo al tratarse de uno de los panteones reales de Castilla. Pedro I, desesperado ante el cariz que estaba tomando la situación, se marcha personalmente a Portugal para confirmar su alianza con los lusos, y después a Bayona, en el sur de Francia, pero en ese momento bajo dominio inglés. Allí, Pedro se entrevista con Eduardo, Príncipe de Gales, más conocido como el “Príncipe Negro”, pues era famoso por entrar en batalla con una armadura completamente negra. Allí ambos llegan a un acuerdo auspiciado por Carlos II de Navarra. Es el Tratado de Libourne, alcanzado en septiembre de 1366, por el cual el Príncipe Negro se comprometía a ponerse al servicio del rey castellano con 10.000 hombres a cambio de que luego Vizcaya fuera entregada a Inglaterra.

El avance de Enrique por Castilla provocó que la ofensiva castellana en Aragón perdiera fuelle, pudiendo recuperar las tropas aragonesas plazas de gran importancia como Tarazona y Borja, que llevaban ya cuatro años bajo ocupación. Esto dio un respiro a Pedro IV, que también se encontraba enfrascado en tratar de reprimir una de las ya habituales rebeliones en la isla de Cerdeña.

En febrero de 1367, el ejército inglés encabezado por el Príncipe Negro atraviesa los Pirineos en ayuda de Pedro el Cruel, y en abril se produce la Segunda Batalla de Nájera, en la que al igual que sucedió en la confrontación ocurrida siete años antes, gana Pedro de Castilla a Enrique, que no tiene otra que huir de nuevo a Francia. Tras esta victoria, en la corte aragonesa se temía que las tropas anglo-castellanas avanzaran de nuevo sobre Aragón, por lo que Pedro IV, aprovechando la huida de Enrique, decide romper toda relación con este. La situación parecía de nuevo favorable para Pedro, pero otra vez su forma de actuar le hace perder la oportunidad de imponerse. La actitud vengativa contra sus enemigos derrotados en Nájera enfriaron sus relaciones con el Príncipe Negro. Además, dejó de pagar las soldadas a las tropas inglesas y tampoco entregó Vizcaya, como habían acordado unos meses antes. Ante esto, los ingleses deciden regresar a sus territorios en el sur de Francia y Pedro IV el Ceremonioso, siempre hábil a la hora de aprovechar situaciones de este tipo, empezó a negociar con el heredero inglés, alcanzando finalmente la paz entre la Corona de Aragón e Inglaterra.

Batalla de Nájera-Froissart
Imagen de la Segunda Batalla de Nájera -1367-. Obra de Jean Froissant, de las «Cróniques de Froissant» -s.XIV-. Bibliothèque Nationale, París

Finalmente, y tras más de diez años de conflicto, ambos Pedros deciden acabar con la guerra para poder enfrentarse el uno a la guerra civil en Castilla, y el otro a la rebelión en Cerdeña. Reconociendo el punto muerto al que habían llegado, ambos firman la paz el 13 de agosto de 1367, poniendo fin a la Guerra de los Dos Pedros.  Pero los años de guerra habían dejado muy debilitado al gobierno de Pedro I el Cruel, y la ayuda de Aragón a Enrique de Trastámara había abierto un abismo entre los nobles y ciudades que apoyaban a uno u otro bando.

En otoño de 1367 Enrique regresó de nuevo a Castilla, apoyado por el rey de Francia, muy interesado en la victoria del conde de Trastámara para que este llegara al trono y así contar con la ayuda de la flota castellana contra Inglaterra. A lo largo de 1368, buena parte de las ciudades y casas nobiliarias de la Meseta se pusieron del lado de Enrique. En abril, Enrique puso sitio a Toledo, mientras que Pedro I se alió con el Reino de Granada y buscó también ayuda en el norte de África. Esto le causó un enorme desprestigio y la pérdida de más apoyos, pues un rey cristiano estaba abriendo la puerta a la llegada de tropas musulmanas desde el norte de África. Toledo acabó finalmente en manos de Enrique mientras este seguía recibiendo ayuda por parte de Francia.

En marzo de 1369 se produjo la batalla definitiva en MontielCiudad Real-, donde Pedro fue derrotado. Allí se refugió, y envió un emisario al francés Bertrand du Guesclin, ofreciéndole dinero, tierras y títulos a cambio de que le dejara huir. Bertrand aceptó y propuso reunirse ambos la noche del 22 al 23 de marzo en el campamento de los mercenarios franceses para sellar el acuerdo. Pero a la tienda del comandante francés llegó también Enrique. Ambos hermanastros se enfrentaron, y Enrique asesinó a Pedro I, poniendo fin a su turbulento reinado. La guerra civil acabaría unos meses más tarde cuando el ya Enrique II de Castilla logró imponerse a aquellos nobles legitimistas que seguían apoyando a los descendientes de Pedro.

coronación de Enrique II
Coronación de Enrique de Trastámara como rey de Castilla. Miniatura medieval de Jean Froissant -s.XIV-.

La guerra entre la Corona de Aragón y Castilla facilitó sin duda el debilitamiento de Pedro I, cuyo reinado fue un constante huir hacia adelante, además de dar la oportunidad a su hermanastro de hacerse con el trono. Enrique II dio inicio a una nueva dinastía, los Trastámara, que reinaron Castilla durante siglo y medio, y que desde el año 1412 lo hicieron también en la Corona de Aragón tras la elección de Fernando de Antequera como rey en el Compromiso de Caspe. El que dos ramas de la misma familia estuvieran asentadas en ambos tronos sin duda favoreció la unión dinástica entre las dos coronas a finales del siglo XV con el matrimonio de los Reyes Católicos, lo que finalmente supuso la creación del germen de la Monarquía Hispánica de los Habsburgo, la precursora de la España que hoy en día conocemos.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza


BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

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